Las personas santas debieran apuntar a hacer todo bien y debieran avergonzarse de permitirse hacer algo mal, si pueden evitarlo.
El hombre santo procurará una mentalidad espiritual. Se esforzará por consagrar sus afectos enteramente a las cosas de arriba y considerar las cosas de la tierra mucho menos importantes. No descuidará la vida actual, pero el primer lugar en su mente y pensamientos lo dará a la vida venidera. Su meta será vivir como aquel cuyo tesoro está en el cielo y pasar por este mundo como un extraño y peregrino rumbo a su hogar. Tener comunión con Dios en oración, en la Biblia y en la reunión de su pueblo, son las cosas que más le agradarán. Le dará valor a todas las cosas, los lugares y las relaciones, en la proporción que lo acerquen más a Dios. Compartirá algo del sentimiento de David, cuando dice: "Está mi alma apegada a ti"."Mi porción es Jehová"(Sal. 63:8;119:57).
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