Servir a Dios con el corazón: el secreto del verdadero ministerio
“Dios, a quien sirvo de corazón predicando el evangelio de su Hijo, me es testigo de que los recuerdo a ustedes sin cesar.”
Cuando uno lee las cartas de Pablo, percibe algo más que doctrina. Percibe el latido de un corazón que ama a Dios y ama a las personas. Romanos 1:9 no es solo una frase piadosa; es una ventana abierta al alma de un hombre que vivía con un solo propósito: servir a Dios desde lo más profundo de su ser.
Vivimos tiempos donde el servicio cristiano muchas veces se mide por resultados visibles, seguidores o reconocimiento. Pero Pablo nos recuerda que el verdadero servicio no se hace desde el escenario, sino desde el altar interior del corazón. Por eso, quiero hablarte de lo que significa servir a Dios de corazón, porque cuando el corazón se convierte en altar, toda la vida se transforma en adoración.
I. “Dios, a quien sirvo de corazón” — El servicio como adoración
Pablo usa una palabra poderosa: latreuō. Ese término, en el griego original, no describe un trabajo o una tarea, sino el servicio sacerdotal, el culto ofrecido a Dios en el templo. En otras palabras, Pablo está diciendo: “Mi ministerio es mi culto. Predicar el Evangelio es mi adoración.”
No se trata solo de hacer cosas para Dios, sino de ofrecerle la vida misma como sacrificio vivo (Romanos 12:1). El verdadero siervo no trabaja para ganar mérito; trabaja porque su corazón está ardiendo de gratitud.
Pablo no está sirviendo desde la carne, sino “en su espíritu” —es decir, desde el hombre interior, donde el Espíritu Santo habita y transforma. Y eso nos confronta: ¿desde dónde estamos sirviendo? ¿Desde la emoción? ¿Desde la costumbre? ¿Desde la obligación? ¿O desde un corazón enamorado de Cristo?
Cuando el corazón es el altar, no hay cansancio que te detenga, ni crítica que te hiera, ni aplauso que te eleve. El corazón que sirve de verdad no busca posición, busca presencia.
II. “Predicando el evangelio de su Hijo” — El centro del servicio
Pablo añade: “sirvo… en el evangelio de su Hijo.” No servía en sus propias ideas, ni en una organización, ni en un programa. Servía en el Evangelio de Jesucristo, el mensaje del Hijo, el corazón mismo de Dios revelado a los hombres.
Eso significa que todo lo que Pablo hacía giraba alrededor de Cristo. El Evangelio no era su tema; era su vida. El Evangelio no era un contenido; era su identidad.
Predicar el Evangelio del Hijo es más que transmitir doctrina. Es mostrar con nuestra vida que el Hijo vive en nosotros. Cada vez que Pablo abría la boca, el cielo tenía eco en la tierra.
Hoy la Iglesia necesita volver a ese centro. No a una agenda humana, sino a un Cristo vivo y resucitado. Porque no hay Evangelio verdadero si no está lleno del Hijo. Y no hay servicio genuino si no fluye del amor al Hijo.
III. “Dios me es testigo… los recuerdo sin cesar” — El amor pastoral
Pablo termina el versículo con una afirmación íntima: “Dios me es testigo de que los recuerdo a ustedes sin cesar.” Aquí se revela el corazón de un pastor verdadero. Pablo no conocía aún a los creyentes de Roma, pero los llevaba en oración constante. Su ministerio no era mecánico, era relacional. No era institucional, era espiritual. Servía a Dios amando a las personas.
No hay servicio genuino a Dios que no se traduzca en amor por las almas. Quien dice servir al Señor y no ora por su pueblo, no sirve realmente: trabaja, pero no ministra. El que ama a Dios intercede por los hombres. El que sirve a Cristo recuerda a sus hermanos “sin cesar.”
Pablo podía invocar a Dios como testigo porque su vida era transparente delante del cielo. Y eso es lo que distingue a un siervo maduro: puede apelar a Dios como testigo de su integridad. No necesita defenderse; su comunión con el Padre lo respalda.
- Sirve con sinceridad: No busques reconocimiento, busca agradar al Señor. Él ve el corazón (1 Samuel 16:7).
- Sirve en el Evangelio, no en tu ego: Todo lo que no tiene a Cristo en el centro es ruido, no ministerio.
- Ora por aquellos a quienes sirves: Tu ministerio no será más efectivo por tener más recursos, sino por tener más rodillas dobladas.
El servicio verdadero no comienza en el púlpito, sino en el altar invisible del corazón. El mundo puede ver tus obras, pero solo Dios puede ver tu espíritu sirviendo. Y Él busca eso: siervos que le sirvan de corazón.
Pablo no escribió Romanos 1:9 para impresionar, sino para confesar una realidad: su vida entera era adoración. Predicar el Evangelio del Hijo era su manera de amar a Dios, y orar sin cesar era su manera de amar a las personas.
Que el Señor encuentre en nosotros siervos que sirvan en el espíritu, que prediquen el Evangelio de su Hijo, y que recuerden sin cesar a los hermanos. Porque el corazón que sirve a Dios de verdad, nunca se apaga; arde con el fuego del Espíritu Santo.
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