miércoles, 15 de febrero de 2012

Cómo responder al amor de Dios

Leer | JUAN 3.16 

Dios tiene que ser fiel a sí mismo. Es insensato tener la esperanza de que Él no tomará en cuenta la justicia, y que renunciará a la santidad para dejar que los incrédulos tengan entrada al cielo. Vivir una vida de moralidad, por muy grande que ésta sea, no va a satisfacer a un juez justo.
Por mucho que el Señor nos ame y quiera salvarnos de nuestros pecados, Él no puede negar su santidad aceptando al pecado en su presencia. El Padre celestial es la perfección pura, un Ser sagrado que, por su naturaleza misma, tiene que condenar todo pecado. Por consiguiente, el colmo de la egolatría es pensar que Dios infringirá su ley y su naturaleza para dar la bienvenida a quien siga teniendo la mancha del pecado.
No hay ni una sola persona que sea suficientemente buena para entrar en el cielo por méritos propios. Cada uno de nosotros necesita a Jesús. La mancha del pecado es quitada solo por el sacrificio del santo e inmaculado Hijo de Dios. Quienes aceptan a Cristo reciben el perdón de sus pecados, y son vestidos con su justicia (2 Co 5.21).
Quiero dejar muy claro que creer en Jesús es mucho más que aceptar intelectualmente su existencia; eso es algo que hasta el diablo reconoce. Un creyente verdadero es quien tiene una relación con Aquel que lo amó lo suficiente para salvarlo del castigo eterno.
Quienes siguen envueltos en pecado, no pueden entrar en el cielo. La naturaleza santa de Dios exige perfección, y puesto que no podemos ofrecerla por nosotros mismos, el Señor la ha dado a todos los que le reciben a Él. Cristo ha cambiado nuestras ropas sucias por un manto de justicia (Zac 3.4).

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