Dios desea obediencia, no sacrificios. Quien obedece, se entrega a sí mismo a Aquél en quien confía. Y Él se agrada con esta ofrenda y nos hace ver con los ojos de la fe su magnífica obra en plena construcción : la ciudad de Dios, la Jerusalén celestial. Ese es el lugar donde Él mora en los Cielos desde antes de Crear lo visible e invisible; el santuario de su presencia que viene preparando para recibir allí nuestra adoración.
El Señor nos abra los ojos y ayude para que impidamos que nuestra vida de fe sea contaminada con costumbres y obligaciones mundanas extrañas a la adoración y servicio que sólo Él busca y merece.
Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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