Leer | 2 CRÓNICAS 20.5-12
Los cristianos de hoy podemos aprender buenas lecciones de las oraciones del Antiguo Testamento. Cuando Josafat suplicó a Dios su ayuda, buscó un término medio entre su petición en cuanto a su necesidad y la proclamación de su grandeza. De igual modo, debemos hacer nuestras peticiones reconociendo quién es Dios. De lo contrario, el enfoque de nuestra oración se convierte en necesidad, debilidad, fracaso o temor.
Josafat clamó a Dios por su terrible situación, pero también exaltó sus atributos, reconociendo las grandes cosas que Él había hecho. Cuando oramos así, nos volvemos más fuertes, sinceros y audaces. Por eso es tan importante conocer la Palabra de Dios. Cuando leemos acerca de cómo ha obrado el Señor en las vidas de los demás, entendemos su fuerza y su poder maravillosos. Podemos así ver a hombres y mujeres del Antiguo Testamento como un ejemplo, y comenzar a orar de manera parecida. El milagroso poder de Dios sigue estando disponible hoy, y Él quiere que sus hijos lo usen.
Al proclamar: "¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista?", (v. 6), Josafat estaba alabando a Dios, y al mismo tiempo recordándose a sí mismo la grandeza del Señor. Cuando usted ore, háblele a Dios de su gracia y de su misericordia, y piense en su gran poder.
¿Quiere revolucionar su vida de oración? Si centra la misma atención en la proclamación de los atributos del Señor, como lo hace con sus peticiones, sus oraciones tendrán una nueva dimensión. Dejarán de estar centradas en usted mismo, para centrarse en Dios.
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Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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