Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Dos clases de promesas
Leer | SALMO 119.57-59
La Biblia contiene dos clases de promesas de Dios: las incondicionales y las condicionales. Una promesa incondicional es aquella cuyo cumplimiento le incumbe solamente al Señor; su compromiso no está sujeto a las personas ni a las situaciones. Un ejemplo sería la garantía de Dios de no enviar jamás otro diluvio para destruir a toda la Tierra (Gn 9.11). No importa cómo se comporte el mundo, Él no tomará de nuevo esta acción.
La segunda clase de promesas divinas es la condicional. En otras palabras, el Señor está dispuesto a actuar bajo ciertas circunstancias. Es, por lo general, una declaración de “si… entonces”, e implica nuestra participación. Veamos tres promesas condicionales que tienen que ver con la salvación, el perdón y la sabiduría.
Romanos 10.10 nos dice que la promesa de salvación es para quienes confiesen con su boca y crean en su corazón que Jesús es el Señor.
Si venimos al Señor con una sincera confesión de pecado, tenemos la garantía de la limpieza y el perdón divinos (1 Jn 1.9). El cumplimiento de esta promesa por el Señor depende de que procedamos de manera obediente.
Santiago 1.5, 6 nos dice que pidamos a Dios sabiduría, sin dudar de que la recibiremos. Si nos acercamos al Señor con fe, Él nos dará entendimiento.
Dios hará exactamente lo que ha prometido. Pero Él exige nuestra obediente cooperación antes de cumplir sus promesas incondicionales. Para recibir la bendición formulada, debemos satisfacer las condiciones que Él ha puesto. Si espera que el Señor cumpla su promesa, cumpla con su parte.
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