miércoles, 8 de mayo de 2013

La fe y la razón

Una de las primeras cosas que la gente tiende a hacer en tiempos de dificultad, es achacar la culpa de sus problemas a alguien más.
Pero las mayoría de las veces, nuestros intentos de culpar a otros no tienen base. Lamentablemente, una causa probable de nuestra dificultad tiende a pasar desapercibida: nosotros mismos. Aunque pueda herir nuestro orgullo reconocerlo, muchas veces somos los únicos culpables de los problemas que enfrentamos.
Esto es, por supuesto, una dura lección para cualquier creyente. El pasaje de hoy revela la lucha que tuvo David en este sentido. Pero llegó a un punto en el que se dio cuenta de su propia culpabilidad, y clamó: “Antes de sufrir anduve descarriado” (Sal 119.67 NVI). Es decir, reconoció que su aflicción no era culpa de nadie, sino el resultado de su corazón y su mente errantes.
En este sentido, la adversidad puede ser una herramienta poderosa en las manos de nuestro Padre celestial. ¿Por qué permite que pasemos por tiempos difíciles? La respuesta puede ser que quiera enseñarnos algo y dejar grabada en nuestra mente las consecuencias de nuestro pecado. Al hacerlo, nos ayuda a evitar problemas en el futuro.
Es por eso que David pudo hacer la sorprendente declaración: “Me hizo bien haber sido afligido” (v. 71). El resto del versículo —“porque así llegué a conocer tus decretos”—, explica el beneficio protector a largo plazo. Si usted está pasando por alguna adversidad, quizás el Señor esté tratando de enseñarle algo. Acepte la lección, y trate de encontrarle sentido a la situación que atraviesa.

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