lunes, 12 de agosto de 2013

El costo de la condescendencia

Nuestra sociedad apoya la idea de que la tolerancia es la única manera de vivir. Pero cuando se trata de la ley de Dios, la vida del rey Salomón demuestra que la transigencia o condescendencia es una opción destructiva.
En los primeros años de su reinado, Salomón se esmeró en actuar bien. Pero más tarde, cuando vio la oportunidad de engrandecerse políticamente, ignoró el mandamiento que prohibía el matrimonio con paganos (Dt 7.1-3; 1 R 3.1). Aunque es posible que haya visto esos matrimonios como un extravío sin importancia, la estrategia de Satanás es convencernos de que está bien desobedecer algunos mandatos de Dios.
Salomón admiraba a las mujeres hermosas de otras nacionalidades, pero en vez de encontrar maneras de evitar la tentación, hizo todo lo contrario. Por estar rodeado de extranjeras, se involucró con ellas y sus religiones. Finalmente, fue atrapado por el pecado, y su corazón se apartó de Dios.
La debilidad de Salomón pueden ser distinta a la nuestra, pero la condescendencia también puede atraparnos. La admiración desbordada por algo distinto a la voluntad de Dios, puede convencernos de que lo busquemos. Aunque sabemos que esa decisión está mal, es fácil endurecer nuestro corazón contra las advertencias del Espíritu. La obsesión puede aumentar hasta que el objeto, la persona o la actividad que desea, ocupe un lugar más importante que el de nuestro Señor. Si dejamos que eso suceda, perderemos nuestra libertad en Jesucristo, y quedaremos atrapados en una cárcel de pecado.

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