martes, 15 de octubre de 2013

Una luz divina y sobrenatural, directamente impartida al alma por el Espiritu de Dios – Jonathan Edwards

Una luz divina y sobrenatural, directamente impartida al alma por el Espiritu de Dios – Jonathan Edwards

Este es un sermón publicado por Publicaciones Andamio llamado “Jonathan Edwads: La pasión por la Gloria de Dios” escrito por José Moreno Berrocal. El librito forma parte de la colección de Básicos Andamio. El sermón publicado corresponde al Anexo del libro, el cual publicamos con el permiso de Publicaciones Andamio, a los que desde aquí agradecemos enormemente por su labor literaria y su generosidad para que este sermón pueda ser pueda ser publicado gratuitamente.
Para saber más de Publicaciones Andamio: www.publicacionesandamio.com


INTRODUCCIÓN
“Una luz divina y sobrenatural, directamente impartida al alma por el Espíritu de Dios, manifestada por ser una doctrina tanto escritural como racional” es un sermón de Edwards sobre Mateo 16:17, predicado en Northampton en 1733. Fue publicado al año siguiente a petición de algunos miembros de la congregación. Aunque no es el más famoso de los sermones de Edwards, sí es, posiblemente, el más importante. La razón es obvia, Contiene un admirable resumen del pensamiento de Edwards acerca del verdadero conocimiento de Dios. Este es impartido por Dios mismo por medio de su Palabra y su Espíritu.
Este conocimiento consiste en un aprecio de la excelencia y gloria de las cosas que enseña la Palabra de Dios y, en particular, de Dios y de Cristo. Es decir, no es simplemente un mero conocimiento puramente intelectual de Dios, sino que es un conocimiento espiritual que hace disfrutar de Dios y de lo que es, al que lo posee. Es, usando una ilustración de Edwards en este mismo mensaje, como la diferencia que hay entre saber que la miel es dulce, y probarla o gustarla. Es, por tanto, un conocimiento que no depende de la erudición o falta de la misma del receptor, sino de la gracia de Dios. Una idea similar a la de Edwards en este mensaje sobre la naturaleza del verdadero conocimiento salvador de Dios en Cristo y por el Espíritu, la encontramos también en un conocido autor del siglo pasado A. W. Tozer. Véase su libro La raíz de los justos, particulamente el capítulo 9 del libro titulado : ¿Alumno de la Biblia o del Espíritu?.
Este mensaje de Edwards ha sido tenido en muy alta estima por aquellos que más han profundizado en su pensamiento. Para D.M. Lloyd-Jones es uno de los más grandes sermones de Edwards. Para Perry Miller, uno de los más famosos escritores sobre Edwards del siglo pasado, es una sinopsis de toda su enseñanza. Para George M. Marsden, articula brevemente la gran visión teológica de Jonathan Edwards.
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UNA LUZ DIVINA Y SOBRENATURAL, DIRECTAMENTE IMPARTIDA AL ALMA POR EL ESPÍRITU DE DIOS, MANIFESTADA POR SER UNA DOCTRINA TANTO ESCRITURAL COMO RACIONAL
Un sermón de Jonathan Edwards
[Predicado en Northampton y publicado a petición de algunos oyentes en el año 1734]
Mateo 16:17 — Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
CRISTO le dice estas palabras a Pedro al profesar este su fe en Él como el Hijo de Dios. Nuestro Señor estaba averiguando, a través de sus discípulos, quién decían los hombres que Él era; no porque necesitara ser informado sino sólo para introducir y dar ocasión a lo que sigue. Ellos responden que algunos decían que Él era Juan el Bautista y otros Elias, y otros Jeremías o uno de los Profetas. Habiendo ellos así dado cuenta de quién decían los otros que Él era, Cristo les pregunta quién decían ellos que era. Simón Pedro, a quien hallamos siempre entusiasta y precipitado, fue el primero en responder: en forma presta contestó a la pregunta, Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
En esta ocasión, lo que Cristo dice se lo dice a él, y lo dice de él en el texto, en el cual podemos observar:
1. Que Pedro es declarado bienaventurado a causa de esto. Bienaventurado eres: “Eres un hombre feliz al no ignorar esto, que yo soy el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Eres distinguidamente feliz. Otros están cegados y tienen percepciones oscuras y extraviadas, como tú has dicho ahora, algunos pensando que soy Elias, y otros que soy Jeremías, unos una cosa y otros otra; pero ninguno de ellos piensa correctamente, todos están mal orientados. Feliz eres tú, que eres tan distinguido como para saber la verdad en este asunto”.
2. Que es declarada la evidencia de su felicidad; es decir, que Dios, y solamente Él, se lo había revelado. Esto es una evidencia de que él era bendito.

Primero, al mostrar cuan particularmente favorecido por Dios era él sobre otros; como diciendo, “Cuan altamente favorecido eres tú, que mientras otros hombres sabios y grandes, los escribas, fariseos, y gobernantes, y la nación, en general, son dejados en oscuridad para seguir sus propias percepciones, tú hubieras de ser seleccionado, si se quiere, por nombre, para que mi Padre Celestial estableciera así su amor sobre ti, Simón, hijo de Jonás. Esto te señala como bendito, que hubieras de ser así objeto del particular amor de Dios”.

Segundo, evidencia también su condición de bendito al dar a saber que este conocimiento está sobre cualquiera que carne y sangre puedan revelar. “Semejante conocimiento puede ser dado sólo por mi Padre que está en el cielo: es demasiado alto y excelente para ser comunicado a través de los mismos medios que otro conocimiento. Tú eres bendito, que sabes lo que sólo Dios puede enseñarte”.

El origen de este conocimiento es declarado aquí tanto positiva como negativamente. Positivamente en cuanto Dios es declarado su autor; negativamente en cuanto se declara que carne y sangre no lo han revelado. Dios es el autor de todo conocimiento y comprensión, sean cuales fueren. Él es el autor del conocimiento que se obtiene a través del aprendizaje humano: es el autor de toda prudencia moral y del conocimiento y destreza que los hombres emplean en sus negocios seculares. De este modo, fue dicho acerca de todos los sabios de corazón y dotados para bordar, en Israel, que Dios les había llenado con espíritu de sabiduría (Éx. 28:3).

Dios es el autor de dicho conocimiento, pero de manera tal que únicamente carne y sangre lo revelan. Los hombres mortales son capaces de impartir el conocimiento de las artes y ciencias humanas así como destreza en asuntos temporales. Dios es el autor de tal conocimiento a través de aquellos medios: carne y sangre son empleadas como la causa mediata o segunda de Él; Él lo da a conocer mediante el poder y la influencia de medios naturales. Pero este conocimiento espiritual, del cual se habla en el texto, tiene como autor a Dios y a nadie más: Él lo revela, y carne y sangre no lo revelan. Él imparte este conocimiento directamente, no haciendo uso de causas naturales intermedias como sí lo hace con otro conocimiento.

Lo que había pasado en el discurso precedente naturalmente ocasionó que Cristo observara esto porque los discípulos habían estado contando cómo otros no !e conocían pero, en general, estaban equivocados sobre Él, y divididos y confundidos en sus opiniones al respecto: pero Pedro había declarado su fe segura de que Él era el Hijo de Dios. Ahora, era natural observar cómo no había sido carne ni sangre lo que se lo había revelado, sino Dios, porque si este conocimiento dependiera de causas o fuentes naturales, ¿cómo vino a suceder que ellos, un grupo de pobres pescadores, y gente de baja educación, alcanzaron el conocimiento de la verdad, mientras los escribas y fariseos, hombres mucho más aventajados y de mayor conocimiento y sagacidad en otras materias, permanecieron en ignorancia? Esto sólo podía deberse a la gratuita y distintiva influencia y revelación del Espíritu de Dios. A continuación, lo que haré materia de mi presente discurso a partir de estas palabras, es esto:

DOCTRINA

Que hay algo semejante a una luz espiritual y divina directamente impartida al alma por Dios, de una naturaleza diferente a cualquiera que sea obtenida por medios naturales. Y sobre esta materia me dispongo a:

I.  Mostrar qué es esta luz divina.
II.  Mostrar cómo es dada directamente por Dios y no obtenida por medios naturales.
III.   Mostrar la verdad de la doctrina y luego concluir con una breve aplicación.

I. He de mostrar lo que es esta luz espiritual y divina. Y, con ese fin, manifestar, Primero, en pocas palabras, lo que no es. Y aquí,

1. Aquellas convicciones que los hombres naturales pueden tener de su pecado y miseria no son esta luz espiritual y divina. Los hombres, en una condición natural, pueden tener convicciones de la culpa que recae sobre ellos y de la ira de Dios, y del peligro en que se encuentran ante la venganza divina. Tales convicciones provienen de la luz o sensibilidad a la verdad. Que algunos pecadores tengan una mayor convicción de su culpa y miseria que otros, es porque algunos tienen más luz o una mayor percepción de la verdad que otros. Y esta luz y convicción puede provenir del Espíritu de Dios; el Espíritu convence de pecado a los hombres, pero aun así la naturaleza está mucho más relacionada con eso que con la comunicación de esa luz espiritual y divina de la cual se habla en la doctrina; viene del Espíritu de Dios sólo como ayudando a los principios naturales y no como infundiendo nuevos principios de alguna especie. La gracia común difiere de la especial en que aquella influencia sólo ayudando a la naturaleza y no impartiendo gracia o confiriendo algo por encima de la naturaleza. La luz que se obtiene es completamente natural o de una clase no superior a la que alcanza la mera naturaleza, aunque se obtenga más de esa clase que si los hombres fueran dejados vivir completamente por sí mismos: o, en otras palabras, la gracia común sólo ayuda a las facultades del alma para obrar en forma más completa de la que lo hacen naturalmente, cuando la conciencia natural o la razón, por mera naturaleza, sensibiliza a un hombre con respecto a su culpa y le acusa y condena cuando ha cometido alguna falta. La conciencia es un principio natural para los hombres, y la obra que hace naturalmente, o por sí misma, es dar una percepción de lo correcto y lo incorrecto, y sugerir a la mente la relación que hay entre lo bueno y lo malo y su retribución. El Espíritu de Dios, en aquellas convicciones que los hombres no regenerados tienen a veces, asiste a la conciencia para que haga este trabajo con un mayor alcance del que tendría si los hombres fuesen entregados a vivir por sí mismos: Él ayuda contra aquellas cosas que tienden a estupidizarla y obstruir su ejercicio. Sin embargo, en la obra renovadora y santificadora del Espíritu Santo, son forjadas en el alma aquellas cosas que están por encima de la naturaleza, y de las cuales no hay nada similar en el alma en forma natural; y son traídas a la existencia en el alma de forma habitual, y de acuerdo a una constitución establecida o ley tal, que se sienta un cimiento para ejercitarlas en un curso continuo, lo que se llama un principio natural. No sólo los principios remanentes son asistidos para hacer su trabajo de manera más libre y completa, sino que son restaurados aquellos principios que fueron completamente destruidos por la caída; y, desde entonces, la mente ejerce habitualmente aquellos actos de los cuales el dominio del pecado la había destituido completamente, tal como un cuerpo muerto lo está en relación con los actos vitales.

El Espíritu de Dios actúa de manera muy diferente en un caso respecto de lo que hace en otro. Él realmente puede actuar sobre la mente de un hombre natural, pero actúa en la mente de un santo como un principio vital residente. Actúa sobre la mente de una persona no regenerada como un agente extrínseco, ocasional; porque, al actuar sobre ellos, Él no se une a ellos; porque, a pesar de todas las influencias de las cuales ellos pueden ser objeto, aún son sensuales, no teniendo el Espíritu (Judas 19). Pero Él se une a sí mismo con la mente de un santo, le toma como su templo, actúa y le influencia como un nuevo principio sobrenatural de vida y acción. Existe esta diferencia, que el Espíritu de Dios, al actuar en el alma de un hombre piadoso, ejerce y comunica de sí mismo allí en su naturaleza propia. La santidad es la naturaleza propia del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo opera en las mentes de los piadosos uniéndose a ellos, y viviendo en ellos, y ejerciendo su propia naturaleza en el ejercicio de las facultades de ellos. El Espíritu de Dios puede actuar sobre una criatura sin comunicar de sí mismo en ese actuar. El Espíritu de Dios puede actuar sobre criaturas inanimadas, como cuando el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, al comienzo de la creación; de modo que el Espíritu de Dios puede actuar sobre las mentes de los hombres en muchas maneras, y comunicarse no más de lo que lo hace cuando actúa sobre una criatura inanimada. Por ejemplo, puede provocar pensamientos en ellos, puede ayudarles en su razón y comprensión natural, o puede ayudar en otros principios naturales, y esto sin unión alguna con el alma; puede actuar, si se quiere, como sobre un objeto extemo. Sin embargo, cuando Él actúa en sus influencias santas y sus operaciones espirituales, lo hace en una forma de peculiar comunicación de si mismo, de modo que, desde entonces, el asunto se denomina “espiritual”.

2. Esta luz espiritual y divina no consiste en alguna impresión hecha sobre la imaginación. No es una impresión sobre la mente, como si uno viera alguna cosa con los ojos físicos: no es una imaginación o idea de una luz o gloria externa, o de alguna belleza de forma o semblante, o el lustre o la brillantez visible de algún objeto. La imaginación puede ser fuertemente impresionada por semejantes cosas pero esto no es luz espiritual. En verdad, cuando la mente tiene un vivido descubrimiento de las cosas espirituales, y es grandemente afectada por el poder de la luz divina, esto puede, y es probable que suceda muy comúnmente, afectar la imaginación en gran medida, de modo que las impresiones de una belleza o brillantez externa pueden acompañar aquellos descubrimientos espirituales. Sin embargo, la luz espiritual no es esa impresión sobre la imaginación, sino una cosa extremadamente diferente. Los hombres naturales pueden tener impresiones vividas en sus imaginaciones, y no podemos determinar cómo, pero el diablo, que se transforma en ángel de luz, puede causar imaginaciones de una belleza externa, o gloria visible, y de sonidos o lenguajes, y otras cosas semejantes; sin embargo, estar, son cosas de una naturaleza vastamente Inferior a la luz espiritual.

3. Esta luz espiritual no es la insinuación de verdades nuevas o proposiciones no contenidas en la Palabra de Dios. Esta insinuación de verdades o doctrinas nuevas en la mente, independiente de cualquier revelación previa a aquellas proposiciones, sea oral o escrita, es inspiración; tal como aquella de los profetas y apóstoles, y tal como la que algunos entusiastas pretenden tener. Sin embargo, esta luz espiritual de la que estoy hablando es una cosa completamente diferente a la inspiración: no revela doctrina nueva, no sugiere proposiciones nuevas a la mente, no enseña cosas nuevas de Dios, o de Cristo, o de otro mundo, que no estén enseñadas en la Biblia, sino que sólo da una debida percepción de aquellas cosas que son enseñadas en la Palabra de Dios.

4. Esta luz espiritual y divina no es toda visión conmovedora que los hombres tengan de los asuntos religiosos. Los hombres, por meros principios naturales, son capaces de ser afectados por cosas que tienen una especial relación con la religión de la misma forma en que son afectados por otras cosas. Una persona, por mera naturaleza, por ejemplo, puede ser susceptible de ser afectada por la historia de Jesucristo y los sufrimientos que experimentó, asi como por cualquier otra historia trágica; puede ser sumamente afectada por ello dado el interés que percibe en la humanidad al respecto, e incluso ser afectada por ello sin creerlo; como también un hombre puede ser afectado por lo que lee de un romance o lo que ve actuado en alguna obra representada. Puede ser afectado por una vívida y elocuente descripción de muchas cosas placenteras que se adhieren al estado de ser bendito en el cielo, como también su imaginación puede ser entretenida por una descripción romántica de la placidez de las tierras de hadas o cosas así. Y esa creencia común de la verdad de los asuntos religiosos, que las personas pueden tener por educación o alguna otra cosa, puede contribuir a dicho afecto. Leemos en la Escritura acerca de muchos que fueron grandemente afectados por asuntos de naturaleza religiosa y que, con todo, son representados como totalmente carentes de la gracia, muchos de ellos siendo hombres sumamente malos. Una persona, por tanto, puede tener visiones conmovedoras acerca de los asuntos religiosos, y aun así estar muy despojada de la luz espiritual. Carne y sangre pueden ser causantes de esto: un hombre puede dar a otro una visión conmovedora de las cosas divinas como una simple ayuda común, pero Dios sólo puede conceder un descubrimiento espiritual de ellas. —Pero procedo a mostrar,

Segundo, lo que positivamente es esta luz espiritual y divina.

Y puede ser descrita así: un sentido verdadero de la excelencia divina de las cosas reveladas en la Palabra de Dios, y una convicción de la verdad y realidad de ellas que surge de allí. Esta luz espiritual consiste esencialmente en lo primero, es decir, un sentido y percepción real de la excelencia divina de las cosas reveladas en la Palabra de Dios. De esta visión de su divina excelencia y gloria surge una convicción espiritual y salvadora de la verdad y realidad de estas cosas; de modo que esta convicción acerca de su verdad es un efecto y consecuencia natural de esta vista de su gloria divina. Hay por lo tanto en esta luz espiritual,

1. Un sentido verdadero de la divina y superlativa excelencia de los asuntos religiosos; un sentido real de la excelencia de Dios y Jesucristo, y de la obra de redención, y de los caminos y obras de Dios revelados en el evangelio. Hay una gloria divina y superlativa en estas cosas; una excelencia que es de una clase vastamente más alta, y de más sublime naturaleza que en otras cosas; una gloria que las distingue grandemente de todo lo que es terrenal y temporal. El que es espiritualmente iluminado, verdaderamente lo percibe y lo ve, o tiene un sentido de ello. Él no cree meramente en forma racional que Dios es glorioso, sino que tiene un sentido de la gloria de Dios en su corazón. No hay solamente una creencia racional de que Dios es Santo, y que la santidad es una cosa buena, sino que hay un sentido de la placidez de la santidad de Dios. No hay sólo un juicio especulativo de que Dios es lleno de gracia, sino un sentido de cuan grato es Dios en ese aspecto, o un sentido de la belleza de este atributo divino.

Hay una doble comprensión o conocimiento que Dios ha hecho a la mente del hombre capaz de tener en cuanto a lo bueno. La primera es meramente especulativa y estimativa, como cuando una persona juzga sólo especulativamente que algo es bueno, lo cual es llamado bueno o excelente por un acuerdo de la humanidad, es decir, lo que implica mayoritariamente un beneficio general, habiendo una correspondencia entre ello y su retribución y cosas así. Y la otra es aquella que consiste en el sentido del corazón, como cuando hay un sentido de la belleza, placidez o dulzura de una cosa, de modo que el corazón es sensible al placer y el deleite cuando se encuentra en presencia de aquella idea. En la primera es ejercitada meramente la facultad especulativa, o el entendimiento, llamado estrictamente así o como se le señale para distinguirlo de la voluntad o disposición del alma. En la segunda, están principalmente implicadas la voluntad, o la inclinación, o el corazón.

De esta manera hay una diferencia entre tener una opinión de que Dios es Santo y lleno de gracia, y tener una sensación de la placidez y belleza de esa santidad y gracia. Hay una diferencia entre tener un juicio racional de que la miel es dulce, y tener una sensación de su dulzura. Un hombro puede tener la primera sin saber qué gusto tiene la miel, pero no puedo tener la segunda a menos que tenga una idea en su mente de cómo sabe la miel. Así que hay una diferencia entre creer que una persona es hermosa y tener una sensación de su belleza. La primera puede ser obtenida de oídas, pero la segunda sólo al ver su semblante. Hay una amplia diferencia entre meramente juzgar racional y especulativamente que alguna cosa es excelente, y tener una sensación de su dulzura y belleza. Lo primero descansa sólo en la cabeza; sólo la especulación está involucrada en ello; pero en la segunda está involucrado el corazón. Cuando el corazón es sensible a la belleza y el agrado de una cosa, necesariamente siente placer en la percepción. En una persona que es sensible de corazón a la placidez de una cosa, está implícito que la idea de ello es dulce y placentera a su alma; lo que es una cosa muy diferente a tener una opinión racional de que es excelente.

2. De este sentido de la excelencia divina de las cosas contenidas en la palabra de Dios surge una convicción de la verdad y realidad de ellas; y ello en forma directa o indirecta.
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Primero, indirectamente, a través de dos maneras.

1. Por cuanto los prejuicios que están en el corazón, contra la verdad de las cosas divinas, son aquí suprimidos; de modo que la mente se vuelve susceptible a la debida fuerza de los argumentos racionales que respaldan dicha verdad. La mente del hombre está naturalmente llena de prejuicios contra la verdad de las cosas divinas: está llena de enemistad contra las doctrinas del evangelio, lo cual es una desventaja para que esos argumentos demuestren su verdad al hacerles perder su fuerza sobre la mente. Sin embargo, cuando una persona ha descubierto para sí misma la excelencia divina de las doctrinas cristianas, esto destruye la enemistad, suprime aquellos prejuicios, santifica la razón y la hace yacer abierta a la fuerza de los argumentos que prueban su verdad.

De aquí se desprende el efecto diferente que los milagros de Cristo tuvieron para convencer a los discípulos respecto del que tuvieron para convencer a los escribas y fariseos. No es que ellos tuvieran un raciocinio más fuerte, o lo tuvieran más avanzado, sino que su razón estaba santificada, y aquellos enceguecedores prejuicios, bajo los cuales estaban los escribas y fariseos, fueron suprimidos por el sentir que ellos tenían de la excelencia de Cristo y su doctrina.

2. No sólo suprime los obstáculos de la razón, sino que positivamente ayuda a la razón. Incluso aviva las nociones especulativas. Capta la atención de la mente, con fijación e intensidad en esa clase de objetos, lo que la hace tener una visión más clara de ellos, y la habilita más claramente para ver sus relaciones mutuas, y ocasiona que las note más. Las propias ideas que de otra manera son borrosas y oscuras, son de esta manera grabadas con la más grande fuerza, y tienen una luz arrojada sobre ellas, de manera que la mente puede juzgarlas mejor así como aquel que sostiene objetos estando sobre la faz de la tierra, cuando la luz del sol es arrojada sobre ellos, está en mayor ventaja para discernirlos en sus verdaderas formas y relaciones mutuas que aquel que los ve bajo el opaco crepúsculo o fulgor estelar.

La mente que tiene una sensibilidad a la excelencia de los objetos divinos habita en ellos con deleite, y los poderes del alma son más despertados y avivados para emplearse en la contemplación de ellos, y ejercitarse más plenamente, y aun más, para ese propósito. La belleza y dulzura de los objetos se aterra a las facultades, e impulsa el ejercicio de éstas, de modo que la propia razón está bajo ventajas mucho mayores para sus propios y libres ejercicios, y para conseguir su finalidad natural, libre de oscuridad y engaño. —Pero,

Segundo, un sentido verdadero de la excelencia divina de las cosas de la Palabra de Dios convence más directa e inmediatamente de la verdad de ellas; y eso por cuanto la excelencia de aquellas cosas es tan superlativa.

Hay en ellas una belleza que es tan divina y propia de Dios, que es grande y evidentemente distintiva de ellas al compararse con las cosas meramente humanas o de las que los hombres son inventores y autores; una gloria que es tan alta y grande, que cuando es vista claramente, ordena asentir a su divinidad y realidad. Cuando hay un descubrimiento verdadero y vivo de esta belleza y excelencia, no permitirá atisbo alguno de que sea obra humana o fruto de la invención de los hombres. Esta evidencia que los espiritualmente iluminados tienen de la verdad de los asuntos religiosos es un tipo de evidencia intuitiva y directa. Ellos creen que las doctrinas de la Palabra de Dios son divinas porque ven la divinidad en ellas; esto es, ellos ven una gloria divina, y trascendente, y más evidentemente distintiva en ellas; gloria tal que, si es claramente vista, no deja lugar para dudar que proceden de Dios, y no de los hombres.

Semejante convicción de la verdad de la religión como esta, surgiendo, de estas formas, de un sentido de la excelencia divina en ellas, es esa verdadera convicción espiritual que hay en la fe salvadora. Y este origen de ella es aquel por el cual es más esencialmente distinguida de ese asentimiento común del cual son capaces los hombres no regenerados.

II. Ahora procedo a lo segundo propuesto, es decir, a mostrar cómo esta luz es dada directamente por Dios y no obtenida por medios naturales. Y aquí,

1.  No se pretende que las facultades naturales no sean empleadas en ello. Las facultades naturales son el objeto de esta luz: y son el objeto en forma tal que no son meramente pasivas sino activas en ello; los actos y ejercicios de la comprensión humana son involucrados y utilizados en ello, Dios, al permitir esta luz en el alma, trata con el hombre de acuerdo a su naturaleza, o como una criatura racional, y hace uso de sus facultades humanas. Sin embargo, aun así esta luz no es menos directa de Dios para ello; aunque las facultades son usadas, es en calidad de objetos y no como siendo las causas; y aunque ese actuar de las facultades en ello no es la causa, es ya sea implicada en la cosa misma (en la luz que es impartida) o es la consecuencia de ello, así como el uso que hacemos de nuestros ojos al mirar varios objetos, cuando el sol se levanta, no es la causa de la luz que descubre esos objetos frente a nosotros.

2.  No se pretende que los medios externos no tengan implicación en este asunto. Como ya he observado, no es en este asunto, como sí lo es en la inspiración, donde son sugeridas nuevas verdades: por cuanto aquí sólo por esta luz es dada una debida percepción de las mismas verdades que son reveladas en la Palabra de Dios; y, por lo tanto, no es dada sin la Palabra. En este asunto se hace uso del evangelio: esta luz es la “luz del evangelio de la gloria de Cristo” (2 Co. 4:4). El evangelio es como un cristal a través del cual se nos da a conocer esta luz (1 Co. 13:12). “Ahora vemos por espejo”. —Pero,

3. Cuando se dice que esta luz es dada directamente por Dios, y no obtenida por medios naturales, se entiende que es dada por Dios sin hacer uso de medio alguno que opere por su propio poder, o una fuerza natural de la cual Dios haga uso; no es a través de causas mediatas que se produce este efecto. Verdaderamente no hay segundas causas en esto sino que es producido por Dios sin mediación. La Palabra de Dios no es propiamente la causa de este efecto: no opera por fuerza natural alguna en ella. La Palabra de Dios es usada solamente para dar a conocer a la mente la materia que es asunto de esta instrucción salvadora, y esta, en verdad, nos la da a conocer por fuerza o influencia natural. Da a conocer a nuestras mentes estas y otras doctrinas; es la causa de la noción que tenemos de ellas en nuestras cabezas, pero no del sentido de la excelencia divina que tenemos de ellas en nuestros corazones. Realmente, una persona no puede tener luz espiritual sin la Palabra, pero eso no señala que la Palabra propiamente tal sea la causante de esa luz. La mente no puede ver la excelencia de alguna doctrina a menos que esa doctrina esté primero en la mente; pero el ver la excelencia de la doctrina sólo puede venir directamente del Espíritu de Dios, aunque el conocimiento de la doctrina o proposición en sí misma pueda ser a través de la Palabra. De modo que las nociones que constituyen el asunto de esta luz son dadas a conocer a la mente por la Palabra de Dios, pero ese debido sentir del corazón, en que esta luz formalmente consiste, viene directamente del Espíritu de Dios. Como ejemplo, la noción de que hay un Cristo, y de que Cristo es Santo y lleno de gracia, es dada a conocer a la mente por la Palabra de Dios, pero el sentido de la excelencia de Cristo en razón de esa santidad y gracia es, sin embargo, la obra directa del Espíritu Santo. —Procedo ahora a,

III. Mostrar la verdad de la doctrina; que es, revelar que hay tal cosa como esa luz espiritual que ha sido descrita, directamente puesta así en la mente por Dios. Y aquí mostraré brevemente que esta doctrina es tanto escritural como racional.

Primero, es escritural, Mi texto no es el único que sirve a este propósito sino que es una doctrina en la cual la Escritura abunda. Allí se nos enseña profusamente que tos santos difieren de los impíos en esto, que ellos tienen tal conocimiento de Dios, y una contemplación de Dios y de Jesucristo. Mencionaré unos pocos textos entre muchos. 1 Juan 3:6, “Todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido”. 3 Juan 11, “El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”. Juan 14:19, “El mundo no me verá más; pero vosotros me veréis”. Juan 17:3, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”, Este conocimiento, o contemplación de Dios y Cristo, no puede ser un mero conocimiento especulativo, porque se habla de Él como viendo y conociendo, en lo cual los santos difieren de los impíos. Y, según estas Escrituras, no sólo debe ser un conocimiento diferente en grado y circunstancias, y diferente en sus efectos, sino que debe ser enteramente diferente en naturaleza y tipo.

Y de esta luz y conocimiento siempre se habla como dados directamente por Dios, Mateo 11:25-27: “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y a aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. Aquí este efecto es adjudicado sólo al don y la operación arbitraria de Dios, confiriendo este conocimiento a quienes Él desea, y distinguiendo a quienes lo tienen, los cuales tienen la menor ventaja natural o medio de conocimiento, aun niños, mientras es negado a los sabios y prudentes. Y la distribución del conocimiento de Dios es aquí propiedad del Hijo de Dios, como prerrogativa solamente suya. Y otra vez, 2 Corintios 4:6, “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. Esto muestra claramente que hay tal cosa como un descubrimiento de la divina y superlativa gloria y excelencia de Dios y de Cristo, y que es peculiar a los santos; y, además, que viene directamente de Dios así como la luz que viene del sol, y que es el efecto inmediato de su poder y voluntad, porque es comparable a Dios creando la luz por su poderosa palabra al comienzo de la creación; y está dicho que sucede a través del Espíritu del Señor, en el versículo 18 del capítulo precedente [2 Corintios 3:18], Se habla de Dios dando el conocimiento de Cristo en la conversión como tratándose de algo que estaba oculto y no visto. Gálatas 1:15-16, “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí…”. La Escritura también habla claramente de semejante conocimiento de la Palabra de Dios, como ha sido descrito, como el don directo de Dios, Salmos 119:18, “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. ¿Qué quería decir el salmista cuando suplicaba a Dios que abriera sus ojos? ¿Estaba ciego? ¿No podía recurrir a la ley y ver cada palabra y frase de ella cuando le placiera? ¿Y a qué se refería con aquellas maravillas? ¿Eran las maravillosas historias de la creación, y el diluvio, y el paso de Israel a través del Mar Rojo, y cosas así? ¿No estaban sus ojos abiertos para leer estas extrañas cosas cuando se lo propusiera? Sin duda, con maravillas de la ley de Dios, él se refería a aquellas distintivas y maravillosas excelencias y admirables manifestaciones de las perfecciones y gloria divinas que había en los mandatos y doctrinas de la Palabra, y aquellas obras y consejos de Dios que allí eran revelados. Así que la Escritura habla de un conocimiento de la dispensación de Dios, y del pacto de misericordia, y del camino de la gracia hacia su pueblo, como peculiar a los santos, y dado sólo por Dios, Salmos 25:14, “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto.”

Y que una creencia verdadera y salvadora de la verdad de la religión es lo que surge de tal descubrimiento, es también lo que la Escritura enseña. Como en Juan 6:40, “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna”, donde es claro que una fe verdadera es lo que surge de una visión espiritual de Cristo. Y Juan 17:6-8, “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste: tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste”, donde Cristo está manifestando el nombre de Dios a los discípulos, o dándoles el conocimiento de Dios, que era aquello por lo cual ellos sabían que la doctrina de Cristo era de Dios, y que Cristo mismo era de Él, procedía de Él, y era enviado por Él. Otra vez, Juan 12:44-46, “Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas”. El que ellos creyeran en Cristo, y le vieran espiritualmente, son señalados como hechos paralelos.

Cristo condena a los judíos el que no supieran que Él era el Mesías, y que su doctrina era verdadera, a partir de un gusto y goce distintivos internos aceren de lo que era divino, en Lucas 12:56-57. Habiendo Él allí culpado a los judíos, que mientras podían discernir la faz del cielo y la tierra y las señales del tiempo atmosférico, no podían reconocer aquellos tiempos o, como es expresado en Mateo, las señales de aquellos tiempos, Él añade, ¿y por qué aun de vosotros mismos no juzgáis lo que es justo? Es decir, sin señales extrínsecas. ¿Por qué no tenéis ese sentido de la verdadera excelencia, a través del cual poder distinguir lo que es santo y divino? ¿Por qué no tenéis ese sabor de las cosas de Dios, por el cual poder ver la distintiva gloria y evidente divinidad mía y de mi doctrina?

El apóstol Pedro señala el haber visto la gloria divina de Cristo como aquello que les dio a ellos (los apóstoles) una buena y bien fundada seguridad de la verdad del evangelio. 2 Pedro 1:16, “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad”. El apóstol se refiere a esa gloria visible de Cristo que ellos observaron en su transfiguración: esa gloria era tan divina, teniendo tal inefable apariencia y semblante de santidad, majestad y gracia divinas que, evidentemente, lo denotaba como una persona divina. Pero si en una contemplación de la gloria externa de Cristo puede dar una seguridad racional de su divinidad, ¿por qué no puede una percepción de su gloria espiritual hacerlo también? Sin duda, la gloria espiritual de Cristo es en sí misma tan distintiva y tan claramente reveladora de su divinidad como su gloria externa y, mucho más, porque su gloria espiritual es aquello en que su divinidad consiste; y la gloria externa de su transfiguración mostró que era divino sólo por cuanto era una imagen o representación admirable de esa gloria espiritual. Sin duda, entonces, el que ha tenido una vista clara de la gloria espiritual de Cristo puede decir, “no he seguido fábulas astutamente inventadas, sino que he sido testigo de su majestad sobre tan buenos cimientos como el apóstol, cuando se refirió a la gloria externa de Cristo que había visto”. —Pero esto me traslada a lo que fue propuesto a continuación, es decir, mostrar que,

Segundo, esta doctrina es racional.

1. Es racional suponer que realmente hay tal excelencia en las cosas divinas, y que es tan trascendente y extremadamente diferente de lo que hay en otras cosas, que, si fuera vista, las distinguiría más evidentemente.

No podemos racionalmente dudar que las cosas que son divinas, que pertenecen al Ser Supremo, son vastamente diferentes de las cosas que son humanas; que hay en ellas esa divina, alta y gloriosa excelencia que las diferencia de la manera más notable de las cosas que son de los hombres, tanto que si la diferencia fuera vista, tendría una convincente y satisfactoria influencia sobre cualquiera en cuanto a que son lo que son, es decir, divinas. ¿Qué razón puede ofrecerse en contra? A menos que argumentáramos que Dios no se distingue notablemente en gloria respecto de los hombres.

Si Cristo hubiera ahora de aparecer a cualquiera como lo hizo en el monte en su transfiguración, o si Él hubiera de aparecer al mundo en la gloria en la cual ahora está, como lo hará en el día del juicio, sin duda, la gloria y majestad en que aparecería sería tal que satisfaría a todos en señalar que fue una persona divina, y que la religión era verdadera: y sería la más razonable y bien fundada convicción, también. Y ¿por qué no puede haber esa estampa de divinidad, o gloria divina en la Palabra de Dios, en el esquema y doctrina del evangelio, que pueda ser en alguna manera tanto distintiva como racionalmente convincente, provista para ser vista? Es racional suponer que, cuando Dios habla al mundo, debería haber algo en su palabra o discurso vastamente diferente a la palabra del hombre. Suponiendo que Dios nunca hubiese hablado al mundo, pero que hubiésemos notado que Él fuera a hacerlo; que Él fuera a revelarse desde el cielo, y hablarnos directamente, en lenguajes o discursos divinos, si se quiere, de su propia boca, o que nos hubiera de dar un libro de su propia redacción, ¿de qué manera deberíamos esperar que Él hablara? ¿No sería racional suponer que su lenguaje sería extremadamente diferente al de los hombres; que habría de hablar como un Dios, es decir, que debería haber tal excelencia y esplendidez en su lenguaje o palabra, tal estampa de sabiduría, santidad, majestad y otras divinas perfecciones, que la palabra del hombre, y aun del más sabio de los hombres, habría de parecer mediocre y ruin en comparación con la de Él? Sin duda se creería racional esperar esto, y no razonable pensar lo contrario. Cuando un sabio habla en el ejercicio de su sabiduría, en cada palabra que dice hay algo que es muy distintivo respecto al hablar de un niño pequeño. Así, sin duda, y mucho más, el lenguaje de Dios (si hubiera alguna cosa tal como el lenguaje de Dios) se distinguiría del lenguaje del más sabio de los hombres de acuerdo a Jeremías 23:28-29. Dios, habiendo estado allí reprobando a los falsos profetas que profetizaban en su nombre, y pretendían que lo que ellos hablaban era palabra de Él, cuando en verdad era la propia palabra de ellos, dice, “El profeta con quien fuere sueño, cuente sueño; y el con quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?, dice Jehová. ¿No es mi palabra como el fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?”.

2. Si hay tal excelencia distintiva en las cosas divinas, es racional suponer que hay algo semejante a verla. ¿Qué habría de ocultar lo que puede ser visto? No es argumento el decir que no hay semejante excelencia en las cosas divinas, o que si la hay no puede ser vista, o que algunos no la ven, por más que ellos puedan ser hombres de discernimiento en asuntos temporales. No es racional suponer, si hubiera alguna excelencia semejante en las cosas divinas, que los hombres malvados habrían de verla. No es racional suponer que aquellos cuyas mentes están llenas de contaminación espiritual, y bajo el poder de sucios deseos, habrían, de tener alguna apreciación o sentido de la belleza o excelencia divina; o que sus mentes deberían ser susceptibles a esa luz que en su propia naturaleza es tan pura y celestial. No ha de parecer del todo extraño que el pecado hubiera de cegar así la mente, viendo que los temperamentos y disposiciones naturales particulares de los hombres les ciegan tanto en materias seculares, como cuando el genio natural de los hombres es melancólico, celoso, miedoso, orgulloso, o algo similar.

3.   Es racional suponer que este conocimiento debería ser dado directamente por Dios y no obtenido a través de medios naturales. ¿Sobre qué base habría de parecer razonable que hubiera de darse alguna comunicación directa entre Dios y la criatura? Es extraño que los hombres hubieran de hallar un tema difícil en ello. ¿Por qué no debería el que hizo todas las cosas tener aún algo que hacer directamente con las cosas que ha hecho? ¿Dónde está la gran dificultad, si poseemos la idea de un Dios, y que Él creó todo a partir de la nada, en permitir aún alguna influencia directa de Dios sobre la creación? Y si es razonable suponerlo con respecto a cualquier parte de la creación, lo es especialmente con respecto a las criaturas racionales e inteligentes, que están próximas a Dios en la escala de los diferentes órdenes de seres, y cuyo trato es el más directo con Dios; quienes fueron hechos a propósito para aquellos ejercicios que respectan a Dios y en los cuales tienen un cercano quehacer con Dios: porque la razón enseña que el hombre fue hecho para servir y glorificar a su Creador. Y si es racional suponer que Dios se comunica directamente con el hombre en algún asunto, es en éste. Es racional suponer que Dios reservaría ese conocimiento y sabiduría, que es de una naturaleza tan divina y excelente, para conferirla directamente por sí mismo, y que no habría de ser dejada al poder de segundas causas. La sabiduría y gracia espiritual es el más alto y excelente don que alguna vez Dios confiere a una criatura: en esto consiste la más alta excelencia y perfección de una criatura racional. Es, además, inmensamente el más importante de todos los dones divinos: es aquello en lo cual consiste la felicidad del hombre, y de lo cual depende su bienestar eternal. ¡Cuan racional es suponer que Dios, a pesar de haber dejado bienes medianos y dones más bajos a causas secundarias, y en alguna forma bajo el poder de ellas, aún hubiera de reservar ésta, la más excelente, divina e importante de todas las comunicaciones divinas, en sus propias manos, para ser conferida directamente por Él mismo, como algo demasiado grande para involucrar causas secundarias!

Es racional suponer que esta bendición habría de ser directamente de Dios; porque no hay don o beneficio que sea en sí mismo tan relacionado a la naturaleza divina; no hay nada que la criatura reciba que pertenezca tanto a Dios, o a su naturaleza, y que sea tanto una participación de su deidad: es una especie de emanación de la belleza de Dios, y se relaciona a Dios como la luz al sol. Es, por lo tanto, congruente y adecuado que, por cuanto viniera de Dios, hubiera de venir en proximidad desde sí mismo, y por sí mismo, de acuerdo a su propia soberana voluntad.

Es racional suponer que hubiera de estar más allá del poder del hombre obtener este conocimiento y luz por la mera fuerza de la razón natural; porque no es una cosa que pertenezca a la razón el ver la belleza y placidez de las cosas espirituales; no es una cosa especulativa, sino que depende del sentido del corazón. En verdad, la razón es necesaria en ello por cuanto sólo a través de la razón llegamos a ser objetos de los medios de Él; lo cual significa, como he mostrado, que es necesaria en ello aunque no constituye la causa del asunto. Es mediante la razón que llegamos a estar poseídos por la noción de aquellas doctrinas que son el asunto de esta luz divina; y la razón puede, en muchas maneras, ser indirecta y remotamente una ventaja en ello. La razón tiene que ver, además, en los actos que son consecuencia inmediata de este descubrimiento: el ver la verdad de la religión a partir de aquello es a través de la razón; aunque sea sólo a través de un paso y la inferencia sea inmediata. De modo que la razón tiene que ver en ese aceptar a, y confiar en Cristo, lo cual es consecuencia de ello. Pero si tomamos estrictamente la razón —no como la facultad de percepción mental en general, sino como raciocinio, o el poder de inferir mediante argumentos—, la percepción de belleza y excelencia espiritual no pertenece más a la razón de lo que pertenece a la capacidad de sentir el percibir los colores, o al poder de ver el percibir la dulzura de los alimentos. Está fuera del ámbito de la razón el percibir la belleza o placidez de alguna cosa: semejante percepción no pertenece a esa facultad. El trabajo de la razón es percibir la verdad y no la excelencia. No es el raciocinio el que da a los hombres la percepción de la belleza y placidez de un semblante, aunque de muchas formas indirectas pueda ser una ventaja para ello; la razón no las percibe más directamente que como percibe la dulzura de la miel: depende del sentir del corazón. La razón puede descubrir que un semblante es bello para otros y que la miel es dulce para otros, pero nunca me dará a mí una percepción de su dulzura.

APLICACIÓN DE LA DOCTRINA
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Concluiré con una muy breve aplicación de lo que ha sido dicho.

Primero, esta doctrina puede guiarnos a reflexionar en la bondad de Dios, que ha ordenado así que una evidencia salvadora de la verdad del evangelio sea tal que pueda ser obtenida por personas de medianas capacidades y ventajas así como aquellos que son del más grande origen y entendimiento. Si la evidencia del evangelio dependiera sólo de la historia, y tales razonamientos de lo que sólo los grandes hombres fuesen capaces, estaría por encima del alcance de lejos de la mayor parte de la humanidad. Sin embargo, las personas con apenas un grado corriente de conocimiento son capaces, sin un dilatado y agudo entrenamiento de razón, de ver la excelencia divina de los asuntos religiosos: son capaces de ser enseñadas por el Espíritu de Dios al igual que los entendidos. La evidencia que es así obtenida es vastamente mayor y más satisfactoria que todo lo que pueda ser obtenido mediante los argumentos de aquellos que son más doctos y más grandes maestros de la razón. Y los niños son tan capaces de conocer estas cosas como los sabios y prudentes; ellos están generalmente separados de aquellas cosas tal como los sabios y prudentes, pero cuando son reveladas a ellos, estos últimos son excluidos. 1 Corintios 1:26-27, “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios…”.
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Segundo, esta doctrina bien puede hacer que nos examinemos a nosotros mismos con respecto a si ya hemos recibido en nuestra alma esta luz divina que ha sido descrita. Si hubiera en nosotros semejante cosa en verdad, y no fuera sólo una noción o rareza de personas con cerebros débiles y destemplados, entonces sin duda es una cosa de gran importancia, sea que hayamos sido así enseñados por el Espíritu de Dios, o que la luz del glorioso evangelio de Cristo, quien es la imagen de Dios, haya alumbrado sobre nosotros, dándonos la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo, o que hayamos visto al Hijo, y creído en Él, o tengamos esa fe de las doctrinas del evangelio que surge de una visión espiritual de Cristo.
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Tercero, todos podemos de aquí ser exhortados seriamente a buscar esta luz espiritual. Para influir e impulsar a ello, deben considerarse las siguientes cosas:
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1.  Esta es la sabiduría más excelente y divina que criatura alguna sea capaz de poseer. Es más excelente que cualquier aprendizaje humano; es con creces más excelente que todo el conocimiento de los más grandes filósofos u hombres de Estado. Aun el menor vistazo de la gloria de Dios en el rostro de Cristo exalta y ennoblece más el alma que todo el conocimiento de aquellos que tienen la más grande comprensión especulativa de la divinidad sin la gracia. Este conocimiento tiene el más noble objeto que haya o pueda haber, es decir, la divina gloria o excelencia de Dios y de Cristo. El conocimiento de estos objetos es aquello en lo cual consiste el más excelente conocimiento de los ángeles, aun de Dios mismo.
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2.  Este conocimiento es aquel que está sobre todos los otros que son dulces y deleitosos. Los hombres pueden tener una gran medida de placer en el conocimiento humano y en estudios de cosas naturales, pero esto es nada comparado con ese gozo que surge de esta luz divina brillando al interior del alma. Esta luz da una vista de aquellas cosas que son inmensamente las más exquisitamente hermosas y capaces de deleitar al ojo del entendimiento. Esta luz espiritual es el amanecer de la luz de gloria en el corazón. No hay nada tan poderoso como esto para sostener personas en aflicción y dar a la mente paz y brillantez en este tormentoso y oscuro mundo.
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3.  Esta luz es tal que efectivamente influencia la inclinación y cambia la naturaleza del alma. Asimila la naturaleza a la naturaleza divina, y transforma el alma en una imagen de la misma gloria que es contemplada. 2 Corintios 3:18, “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor”. Este conocimiento desligará del mundo y desarrollará la inclinación a las cosas celestiales. Tornará el corazón a Dios como la fuente del bien y para escogerle como única porción. Esta luz, y sólo esta, traerá el alma a una salvadora cercanía con Cristo. Conforma el corazón al evangelio, y mortifica su enemistad y oposición contra el esquema de salvación así revelado: lleva el corazón a abrazar las deleitosas nuevas, a adherirse enteramente a ellas, y a consentir en la revelación de Cristo como nuestro Salvador: lleva el alma completa a concordar y armonizar con ella, admitiéndola con entero crédito y respeto, adhiriéndose a ella con total inclinación y afecto; y dispone efectivamente al alma para rendirse enteramente a Cristo.
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4.  Esta luz, y sólo esta, tiene como su fruto una universal santidad de vida. Ninguna comprensión meramente imaginaria o especulativa de las doctrinas religiosas encaminará hacia esto. Pero esta luz, en cuanto alcanza el fondo del corazón, y cambia su naturaleza, orienta así efectivamente hacia una obediencia universal. Muestra la dignidad de Dios para ser obedecido y servido. Dirige el corazón hacia un sincero amor a Dios, que es el único principio de una obediencia verdadera, llena de gracia y universal; y convence de la realidad de aquellos gloriosos galardones que Dios ha prometido a quienes le obedecen.
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Traducción del sermón: Cristian J. Moran M. introducción ai sermón de José Moreno Berrocal.

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