domingo, 2 de marzo de 2014

Nuestro Padre perdonador

Leer | Lucas 15.11-24

Cuando le guardamos rencor a una persona, experimentamos una forma de esclavitud acompañada de sentimiento de culpa y de la convicción de que Dios tiene que condenarnos por nuestro pecado. Si esa es su situación, entonces necesita entender el perdón divino.
La Biblia enseña que el perdón le pertenece a Dios. La lectura de hoy lo aclara con la parábola del hijo pródigo. En esta historia, el menor de dos hermanos recibió su herencia anticipada y la gastó irresponsablemente. Con el tiempo, no le quedó nada, y tuvo que trabajar entre cerdos. Pero al regresar desesperado a su hogar, su padre le dio la bienvenida con los brazos abiertos y con una celebración sin haber hecho nada para ganarse el perdón de su padre.
Si queremos entender el perdón, tenemos que aceptar que la motivación de Dios para perdonar los pecados se encuentra solamente en Él y en su amor. Al igual que el hijo pródigo, no hay nada que podamos hacer para ganarlo.
El hijo pródigo “volvió en sí” (v. 17), es decir, comenzó a pensar en la situación que él mismo había creado. Nosotros hacemos lo mismo cuando nos arrepentimos —estamos de acuerdo con Dios en que nuestros delitos eran pecado, y decidimos apartarnos de ellos.
Nuestro perdón fue solucionado en la cruz, y se aplicó a cada uno de nosotros cuando recibimos al Señor Jesús como Salvador. Por tanto, cada vez que usted peque, confiese a Dios su conducta (1 Jn 1.9). Entonces, no llevará el peso de la culpa, y podrá disfrutar de la comunión con su Padre celestial.

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