lunes, 18 de agosto de 2025

Sostenidos en el Fuego

Sostenidos en el Fuego

“El verdadero milagro no es escapar del fuego o del foso, sino ser sostenidos por la presencia de Dios en medio de ellos, porque más vale permanecer en Su voluntad en la prueba que vivir fuera de ella en aparente paz.”

Hay algo que solemos confundir muchas veces: creemos que el milagro siempre consiste en no pasar por el fuego, en no caer al foso, en no atravesar la enfermedad. Pero la Escritura nos muestra una realidad más profunda. El milagro verdadero no siempre es que Dios nos libre de entrar en la prueba, sino que, aun estando dentro de ella, Su presencia nos sostenga y Su poder nos guarde.

El profeta Isaías transmitió de parte de Dios esta promesa:

“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2)
. Fíjate que no dice “cuando evites las aguas” ni “cuando nunca entres en el fuego”, sino “cuando pases”. La Escritura no niega que atravesaremos dificultades; lo que asegura es que en medio de ellas no estaremos solos.

Así ocurrió con aquellos jóvenes hebreos frente al horno encendido. No negociaron su fidelidad, ni condicionaron su obediencia a la liberación. Dijeron con firmeza que su Dios tenía poder para librarlos, pero aun si no lo hacía, no se postrarían. Y Dios permitió que entraran al horno, porque el milagro no era evitar el fuego, sino caminar en medio de él acompañados de la presencia gloriosa del Señor. La llama no los consumió, porque el que guarda a su pueblo es fiel.

También Daniel fue arrojado al foso de los leones. Podría haberse pensado que el milagro consistía en que Dios evitara su caída. Pero el plan divino fue otro: permitir que descendiera al foso, y allí mostrar Su poder cerrando las fauces de los leones. Así lo proclamó el profeta:

“Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño” (Daniel 6:22)
. El milagro fue la preservación en medio de la amenaza, no la ausencia de ella.

Esto mismo lo vemos en el apóstol Pablo, quien clamó tres veces para que el aguijón en su carne le fuera quitado, y el Señor le respondió:

“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9)
. Pablo no fue librado de aquello que lo afligía, pero recibió algo mayor: la gracia sustentadora que le permitió continuar en la voluntad de Dios, glorificando a Cristo en medio de su debilidad.

Aquí comprendemos una verdad difícil de aceptar, pero gloriosa: no siempre el milagro es la sanidad inmediata, ni la provisión instantánea, ni el escape de la prueba. El milagro más grande es ser sostenidos por la mano de Dios, de tal forma que aquello que debía destruirnos se convierte en el escenario para ver Su fidelidad. Como dijo Job en medio de su dolor:

“Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15)
.

Querido hermano, querida hermana, quizá hoy esperas que Dios te saque del horno o que te libre de caer al foso. Tal vez oras por sanidad y no llega, o clamas por una respuesta que parece tardar. No pienses que Dios te ha abandonado. El fuego no es señal de ausencia, es escenario de gloria. El milagro más grande no es que no entres en la prueba, sino que entres y no seas destruido, porque Cristo camina contigo.

Por eso podemos decir con confianza, como el salmista:

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmo 23:4)
. Prefiero estar en el valle acompañado de Su presencia, que en la cima del monte pero lejos de Su voluntad. Prefiero caminar en el horno con Él, que estar fuera del horno pero sin Su gloria.

Ese es el verdadero milagro: Dios no siempre cambia nuestras circunstancias, pero en Cristo cambia nuestro corazón en medio de ellas. Y cuando Su gracia nos sostiene, entonces descubrimos que lo que parecía derrota se convierte en testimonio, y lo que parecía fuego destructor se transforma en altar de adoración.

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