lunes, 26 de diciembre de 2011

El Espíritu Santo, Dios en nosotros

Leer | JUAN 16.7-15 


La presencia de Dios en medio de la humanidad se ha vuelto cada vez más familiar, desde una nube gloriosa en el templo, hasta el Hijo de Dios encarnado y viviendo entre hombres, y ahora mediante la presencia de su Espíritu morando en el corazón del creyente. Por eso Jesús dijo que era mejor para nosotros que Él se fuera, para que el Consolador pudiera venir.
Mientras estuvo en la Tierra, Cristo se vio limitado por su condición humana. Podía estar solo en un lugar a la vez. Pero después de su ascensión, el Espíritu Santo vino a vivir dentro de sus seguidores, impartiéndoles sabiduría divina, iluminación y poder. Si usted quiere ver la diferencia que marcó esto, simplemente compare la vida de los discípulos antes y después de Pentecostés. Se transformaron, de hombres temerosos que se escondieron en una habitación bajo llave, en predicadores osados dispuestos a sufrir por el evangelio de Cristo.
El Señor quiere hacer más que vivir entre nosotros en la persona de su Hijo; Él desea hacer su voluntad en nuestras vidas. Pero sin su presencia en nuestro interior, nunca podremos llegar a ser lo que Él quiere que seamos, o realizar las tareas que nos ha llamado a realizar. Por medio de su Espíritu, Cristo vive en nosotros, produciendo su fruto y dándonos poder para hacer su obra. Si realmente creemos esto, viviremos como los victoriosos hijos de Dios que somos.
Si usted es creyente, piense en la increíble oportunidad y bendición que tiene: aunque se sienta impotente para lograr un cambio, o insuficiente para realizar una tarea, el poder de Dios reside dentro de usted. Ningún reto es insuperable, porque el Espíritu Santo es mayor que cualquier obstáculo que enfrenta.

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