miércoles, 21 de diciembre de 2011

Nuestro Príncipe de Paz

Leer | ISAÍAS 9.6 


El ajetreo de la Navidad ya está aquí. Hay que hacer planes, comprar regalos e ir a fiestas. A veces, estas actividades nos dejan agotados y malhumorados; en vez de darnos paz y alegría. O tal vez esta época del año solo trae recuerdos tristes y soledad. Las expectativas poco realistas y los conflictos con los seres queridos, a menudo nos dejan deprimidos y desanimados.
¿Cómo puede el Señor Jesús ser nuestro Príncipe de Paz, cuando nuestras expectativas y costumbres luchan contra la quietud que tanto deseamos? Para entender por qué le fue dado a Jesús ese título, debemos primero entender lo que significa. Primero, el Hijo de Dios no vino para acabar con todos los conflictos —al menos no todavía. Un día, Él volverá a la Tierra y reinará como Rey en un ambiente de armonía, pero ese no fue el propósito de su primera venida. Por tanto, mientras estemos en este mundo, tendremos problemas (Jn 16.33).
Cuando Cristo dejó el cielo para convertirse en un bebé, su objetivo fue darnos paz para con Dios al reconciliarnos con el Padre celestial. Su muerte en la cruz pagó completamente nuestra deuda de pecado, y nuestra relación con Dios fue restaurada. Ahora, Él nos ofrece paz divina —una tranquilidad interior que llena nuestros corazones y mentes, no importa cuáles sean nuestras circunstancias.
¿Se caracteriza su vida por una serena seguridad que guarda su corazón y su mente durante todo el día (Fil 4.6-7), o las circunstancias estresantes le dejan deprimido o ansioso? Trate de apartar tiempo cada día para fijar sus ojos en Jesús, y deje que Él sane su corazón y tranquilice su espíritu.

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