jueves, 8 de diciembre de 2011

Nuestro Salvador

Leer | ISAÍAS 53 


Cuando estudiamos parte de la historia bíblica que nos lleva hasta el tiempo de Jesús, podemos ver que los judíos esperaban un Salvador. Pero Jesús no concordaba con el Mesías que ellos esperaban.
El pueblo imaginaba a un monarca poderoso que gobernaría a su nación con poder terrenal, pero el Señor era un siervo que pasaba tiempo con los marginados. Esperaban un hombre que pondría fin a la persecución de Israel; pero murió como un delincuente, y advirtió a sus seguidores que no serían aceptados por el mundo. No es de extrañar, entonces, que el pueblo judío lo rechazara. No se ajustó a lo que ellos querían, pero fue mucho más de lo que ellos entendieron.
Todos nosotros estaremos algún día delante de Dios, y por nuestra iniquidad seríamos indignos de permanecer en su presencia. Su juicio del pecado será la muerte, una atroz existencia eterna apartados de Él. Esto fue lo que advirtió a Adán en Génesis 2.17: que si pecaba, moriría.
Pero Jesús llevó nuestro pecado para que cualquiera que ponga su fe en Él pueda tener vida eterna (Jn 3.16). Cristo escogió sufrir nuestro castigo —Dios hecho hombre experimentó voluntariamente la muerte de un criminal para que pudiéramos vivir para siempre en su presencia. Jesús fue "el camino" (14.6) que permitió a Dios satisfacer su justicia y al mismo tiempo amar a su pueblo.
El regalo de salvación es gratuito. No exige nada de nuestra parte, salvo nuestra aceptación y entrega. ¿Ha aceptado usted la muerte del Señor Jesús en la cruz como expiación por su pecado? La muerte del Redentor lleva a la vida, y aunque Él no garantiza un camino fácil, sí promete estar con usted siempre.

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