domingo, 11 de diciembre de 2011

Convicción vs. condenación

Leer | ROMANOS 8.1-2 


Nuestro Padre celestial desea que vivamos en estrecha relación con Él. Para ayudarnos, el Espíritu Santo nos guía por el camino correcto, y nos reorienta cuando vamos en dirección equivocada. En otras palabras, Él nos convence de pecado cuando estamos en peligro de desviarnos.
La convicción de pecado es la misericordiosa mano de Dios encauzándonos de nuevo al camino que lleva a la vida. Para entender mejor el concepto, imagínese a una madre con un niño que empieza a caminar, y que desea perseguir una pelota en una calle muy transitada. El pequeño solo tiene un deseo en ese momento: recuperar el juguete. La madre sería culpable de negligencia si no atajara a su hijo.
Nosotros, al igual que el niño en este ejemplo, vemos nuestras vidas desde una perspectiva limitada. Si nuestro Padre celestial nos impide alcanzar algún deseo, nos quejamos. Pero debemos recordar que lo hace por su omnipotencia y amor.
La convicción comienza aun antes de ser salvos. El Espíritu Santo nos muestra nuestro pecado para ayudarnos a reconocer la necesidad de perdón. Y, una vez que aceptamos el sacrificio de Jesús y decidimos seguirle, nacemos de nuevo. Solo entonces estamos libres de las consecuencias del pecado, aunque seguiremos tomando malas decisiones. Por eso, aun seamos sus hijos, Dios sigue dirigiéndonos al buen camino.
Convicción es diferente a condenación. Recuerde que "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3.17). Por eso, aunque los creyentes pequemos algunas veces, somos justificados por el sacrificio de Cristo y libres de la condenación (Ro 8.1).

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