Leer | ISAÍAS 40.8
Jesús enseñó claramente que tendríamos aflicciones en esta vida. Pero Dios ha dado a sus hijos recursos maravillosos para evitar que las pruebas nos aplasten. Por ejemplo, puso su Espíritu en cada creyente para guiarle y capacitarle. Además, nos dio la oración, para que podamos comunicarnos con nuestro Padre celestial, y así presentarle nuestras peticiones.
Hoy quiero enfocarme en otro de sus maravillosos regalos: la Biblia. La Sagrada Escritura es la Palabra misma de Dios. Ella es la verdad. Nunca cambia. Nos capacita en todas las circunstancias, y por eso tenemos una base segura sobre la cual basar nuestras vidas y decisiones.
Hay miles de promesas en la Biblia y Dios quiere que las conozcamos, de modo que no desaprovechemos las bendiciones que Él quiere darnos. Y los creyentes sabios convertirán esas promesas en oraciones y en el clamor de sus corazones.
Déjeme darle un ejemplo que tiene que ver con decisiones difíciles. El Salmo 32.8 dice: "Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos". Podemos orar utilizando estas palabras de Dios, diciéndole que creemos que Él nos enseñará e indicará su camino, al mismo tiempo que se mantiene a nuestro lado cuidándonos durante cada situación.
Cuando surgen las dificultades, necesitamos un fundamento sólido sobre el cual mantenernos firmes. De lo contrario, nuestras emociones pueden fácilmente descarriarnos al hacernos pensar equivocadamente. Dios es fiel y no cambia, así que podemos confiar en sus promesas.
Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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