Leer | HECHOS 13.16-22
En nuestro pasaje de hoy, el apóstol Pablo nos habla de la evaluación que hizo Dios de David: lo describió como un "varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero" (v. 22). ¡Qué testimonio tan tremendo de alguien que supo cómo vivir! El Señor no estaba describiendo a un hombre perfecto, sino a uno cuya vida estaba centrada en los intereses y deseos de Dios.
Muchos salmos de David dan fe del hecho de que su relación con el Señor era el aspecto más importante de su vida. Su pasión era obedecer a Dios y cumplir su voluntad. Sin embargo, eso no significa que siempre fue obediente. ¿Quién puede olvidar su fracaso con Betsabé? Pero, incluso, cuando pecó al cometer adulterio y homicidio, su corazón seguía inclinado a Dios. Su declaración de culpa y su humilde arrepentimiento después, probaron que su relación con el Señor seguía siendo su máxima prioridad.
Si Dios estuviera escribiendo un resumen de su vida, ¿cómo le describiría? ¿Se asemeja su corazón al de Él, o está en busca de los placeres de este mundo? A menos que nos dediquemos con diligencia a nuestra relación con el Señor, nos alejaremos de Él. Tal vez sea hora de un cambio de rumbo.
Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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