Leer | MATEO 6.25-34
Obviamente, el temor produce ansiedad, pero también crea caos en nuestras vidas, e incluso afecta a quienes nos rodean.
El temor ahoga nuestro pensamiento y nuestras acciones. Crea indecisión que causa estancamiento. He conocido a personas talentosas que posponen todo indefinidamente para no arriesgarse a fracasar.
El temor nos impide convertirnos en las personas que Dios quiere que seamos. Cuando estamos dominados por emociones negativas, no podemos lograr los propósitos que Él tiene para nosotros. La falta de confianza en uno mismo bloquea la convicción de lo que el Señor puede hacer en y por medio de nuestra vida.
El temor puede llevar a las personas a hábitos destructivos. Para insensibilizar el dolor de la angustia y de los sentimientos de temor, algunas personas recurren a las drogas, medicamentos o al alcohol.
El temor roba la paz y la alegría. Cuando vivimos con temor, nuestra vida se centra en el pesimismo y la desesperanza.
El temor crea dudas. Dios promete bendecirnos, pero si nos rendimos al temor, nuestras oraciones no valdrán mucho.
¿A qué le teme usted? ¿Al fracaso, al rechazo, a la pobreza o a la muerte? Todo el mundo enfrentará estas realidades en algún momento. Lo único que usted necesita saber es que Dios nunca le rechazará. Que usted lo acepte a Él o no, es su decisión.
Dios alimenta a las aves del cielo y viste a la hierba con el esplendor de los lirios. ¿Cuánto más, entonces, no cuidará de la nosotros, que estamos hechos a su imagen? Nuestra única preocupación debe ser obedecer al Padre celestial y dejar las consecuencias en sus manos.
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Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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