jueves, 30 de agosto de 2012

Nuestro hogar celestial

Leer | APOCALIPSIS 21.22—22.6

Por más agradable que sea viajar, la mayoría de nosotros admitiría que tenemos una sensación de seguridad y placer cuando estamos de nuevo en casa. Hay algo reconfortante en abrir la puerta, ver cosas familiares y sentir que estamos en casa.

Al apóstol Juan se le dio una visión que incluía atisbos de nuestro futuro hogar, la nueva Jerusalén. A usted puede sorprenderle saber que algunas cosas de nuestra vieja morada no estarán allí. Pero lo que las reemplazará será infinitamente mejor.

Primeramente, no había ninguna iglesia en la visión de Juan, "porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (Ap 21.22). Las denominaciones ya no dividirán el cuerpo de Cristo, ni el sol ni la luna brillarán sobre la ciudad en ese día, "porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera" (v. 23). Imagine --no habrá necesidad de electricidad, linternas o velas.

Otra diferencia es que las puertas de la ciudad estarán siempre abiertas. Puesto que no habrá pecado, las cerraduras no serán necesarias en nuestro hogar celestial. También estarán ausentes la muerte y la corrupción. De hecho, nada impuro entrará a ese hogar futuro; la santidad absoluta caracterizará a ese lugar paradisíaco y el sufrimiento será una cosa del pasado. Lo que tenemos que anhelar es la vida abundante en Cristo, pura y sin mancha.

Piense en la cómoda sensación que usted tiene al abrir la puerta de su casa. Eso es apenas una pequeña idea de lo que sentiremos algún día cuando lleguemos al lugar que nuestro Padre celestial ha preparado para nosotros en el cielo. ¡Finalmente --y para siempre-- estaremos en casa!

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