Leer | SANTIAGO 5.16
29 de agosto de 2012
La placa favorita de mi madre, que colgada todo el tiempo sobre la puerta de nuestra casa, nos recordaba: "La oración cambia las cosas". Desde que yo era muy pequeño, fui testigo de esta poderosa verdad mediante su ejemplo. Ella me contaba algunas dificultades que estaba enfrentando, y luego me pedía que orara por esos motivos con ella. Y después se aseguraba siempre de dar la gloria a Dios cuando compartía la maravillosa noticia de que Él había respondido esas oraciones.
De hecho, esta es nuestra confianza: que cualquier cosa que pidamos, que se alinee con el plan del Padre, será concedida. Y cuanto más tiempo pasemos con Él, más llegaremos a entender su voluntad y cómo orar por ella.
Recuerde que la oración no hace cambiar de parecer a Dios, pero sí transforma el corazón del creyente. Algunas peticiones son concedidas de inmediato, simplemente porque pedimos con la comprensión de que a nuestro Padre celestial le encanta darnos cosas buenas. Otras peticiones pueden requerir más tiempo o ciertos preparativos divinos antes de que nos sean concedidas. Nosotros, mientras tanto, debemos simplemente ser persistentes en la oración.
Cualquiera que sea la respuesta o el tiempo del Señor, tenemos la confianza en que Él solo tiene reservado lo mejor para sus hijos.
La oración nos permite ser testigos de la mano de Dios en cualquier situación. Y a medida que damos atención, tiempo y perseverancia a la conversación con Él, no hay ningún límite para lo que podemos lograr en los corazones y las circunstancias de las personas.
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Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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