lunes, 8 de octubre de 2012

Un corazón mundano


Leer | 2 PEDRO 2.9-18

Dios nos previene en contra de los deseos incorrectos, porque las pasiones pecaminosas pueden producir vacío, sufrimiento, frustración, dolor e incluso la muerte. Los creyentes sabios dejan que el Padre dirija sus anhelos, y luego hacen los cambios que sean necesarios.

Los deseos impuros han sido parte de la naturaleza “carnal” desde la caída del hombre, y puede que se nos haga difícil verlos en nosotros mismos. En vez de cosas evidentes como el robo, las drogas o la inmoralidad, esos deseos involucran a menudo más actitudes y conductas sutiles, como desear la caída de un rival, el desprecio a la autoridad (2 P 2.10), la obsesión por las riquezas (1 Ti 6.9), o incluso hablar con palabras infladas y vanas. Puesto que las pasiones mundanas pueden causar gran daño (2 P 2.18), los creyentes deben rechazarlas. Pero no podemos vencer estos deseos con nuestras propias fuerzas. La única manera de vivir con rectitud es someterse al Espíritu de Dios.

El Señor conoce nuestros deseos, y entiende los errores sinceros. Cuando un creyente interpreta mal la guía del Espíritu, o recibe un mal consejo, Dios mira el corazón. Puede permitir que suframos las consecuencias de una mala decisión, pero no avergonzará a sus hijos cuando comenten un error sin querer. Él puede convertir una situación mala en algo bueno (Ro 8.28).

Dios puede salvarnos de los deseos mundanos, pero debemos estar dispuestos a comprometernos con Él y confiar en Él. Cuando ponemos nuestras vidas totalmente en las manos del Padre, podemos reclamar las maravillosas promesas que Él tiene para nosotros, y después descansar en su gracia.

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