Todos los creyentes genuinos reciben la gracia de la plenitud de Cristo; los mayores santos no pueden recibirla, sino de Él; y el ser humano más miserable que pueda existir, puede vivir de esa plenitud, porque esta gracia que fluye de la plenitud de Cristo, como de un manantial que nunca se agota por muchos que sean los que de Él tomen, está a disposición de todos cuantos le reciban por fe. Esto excluye, por una parte, la jactancia, pues no tenemos nada, sino lo que de Él hemos recibido; por otra parte, excluye la perplejidad y el miedo, pues la libre oferta de Su gracia es para todos: nadie es tan pecador que no pueda alcanzar la gracia del perdón y de la adopción de hijo de Dios.
Jesús se Santificó a sí mismo para que nosotros pudiéramos ser Santificados en la verdad (Juan 17:19). La Santidad es lo que nos identifica como Hijos de Dios, y como co-herederos del reino con Cristo Jesús. La santidad es lo que nos distingue de todo aquel que está en el mundo, y ama las cosas del mundo. La santidad es lo único que puede desencadenar la unidad de la Iglesia en el Espíritu Santo.
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