domingo, 12 de junio de 2022

Por favor sé paciente; ¡Dios aún no ha terminado conmigo!’.

Imaginemos un lugar ocupado por un negocio en marcha. En el mismo se lleva a cabo la siguiente operación. Los edificios en los que se desarrolla el trabajo de la compañía se están derribando uno por uno, y en su lugar se están construyendo otros nuevos, empleando los materiales originales de los demolidos. Mientras se produce este hecho el negocio continúa funcionando como de costumbre, aunque con diversos arreglos temporales que exigen paciencia (como cuando en Heathrow había que pasar por una serie de tiendas de campaña hasta los autobuses que te llevaban hasta el avión, a casi dos kilómetros de distancia de la terminal; muy británico, pensaba yo, pero no es la forma ideal de gestionar un aeropuerto). Los cambios constantes resultan fastidiosos para aquellos que deben mantener el negocio, que no siempre reciben información de por qué es necesaria cada variación sucesiva de su rutina. Sin embargo, la realidad es que el arquitecto ha elaborado un plan maestro para todas las etapas de la reedificación, el aparejador más competente dirige y supervisa cada nuevo paso, y día a día se comprueba que todo sigue funcionando (así se planeó). Así pues, los implicados en el negocio pueden sentir realmente cada día que han cumplido con su responsabilidad de servir al público, aunque no siempre haya sido de la manera completamente satisfactoria que habrían deseado. Mi parábola es esta. El lugar y el negocio que está en marcha en el mismo representan tu vida. Dios está trabajando constantemente allí, demoliendo tus malos hábitos y formando otros a la semejanza de Cristo en su lugar. El Padre tiene un plan maestro para Su operación progresiva. Cristo, a través del Espíritu, está ejecutando este plan en una base diaria. Aunque implica frecuentes alteraciones de la rutina y desconciertos periódicos por lo que Dios está haciendo ahora, el efecto general de la obra es incrementar nuestra capacidad de servir al Señor y a los demás. (De todos modos, puedes, y quizá deberías, concienciarte más en cada momento de error en lo que haces ahora que en ser capaz de hacer más de lo que pudiste en su momento). El plan en sí, que se aplica a todos los cristianos en general, se describe de la siguiente forma en Efesios 5:25-27: “... Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentarla a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada”. En medio de la confusión de nuestra continua reconstrucción personal y conscientes de nuestras equivocaciones y frustraciones en el servicio de Dios, “... nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23). La santificación no es habitualmente un proceso cómodo, y no se espera alivio interior mientras la misma se va desarrollando. Este trabajo de reconstruirnos, visto desde otro punto de vista, es una imposición de la disciplina moral y el entrenamiento de Dios, y “al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:11). Así pues, Dios “... nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad” (Hebreos 12:10).

Fuente: Caminar en sintonía con el Espíritu

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