jueves, 20 de diciembre de 2012

El Jesús infinito

El nacimiento virginal de Jesús fue un milagro, pero no marca su comienzo. Cristo ya existía mucho antes de que naciera en Belén. Como nos dice Juan 1.1: “En el principio era el Verbo [Jesús], y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
El debate sobre la probabilidad científica del nacimiento virginal parece bastante inútil, cuando estamos hablando del primogénito de la creación, por quien fueron creadas todas las cosas (Col 1.15, 16). No es lógico decir: “Creo en Jesús” o “Creo en Dios”, y luego rechazar el hecho de la virginidad de María. El Dios de la Biblia tiene, por supuesto, el poder de causar tal milagro. Y eso fue exactamente lo que hizo. Jesús dejó de lado su gloria, nació como un ser humano, y llevó a cabo el plan de redención del Padre celestial (Fil 2.6-11).
Si Jesús hubiera venido al mundo envuelto en su gloria, nadie habría sido capaz de mirar su rostro. El resplandor divino es demasiado grande para la visión humana, que es la misma razón por la que Moisés tuvo que ser protegido de ver solamente las espaldas de Dios cuando Él pasó cerca (Éx 33.18-33). Pero lo que Jesús no dejó de lado fue su deidad. Él era plenamente hombre para que pudiera experimentar la tentación, el dolor y la tristeza, y saber así cómo nos sentimos nosotros. Pero era también plenamente Dios, y vino a la tierra para mostrarnos cómo es el Padre celestial (Jn 14.9).
El Señor Jesús nació de una mujer virgen. Estas dos palabras transmiten una riqueza de información acerca de su doble naturaleza en la Tierra. Una habla de su divinidad; la otra, de su humanidad y de su capacidad de compadecerse de nuestras debilidades (He 4.15).

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