martes, 5 de agosto de 2025

Reflexión

Reflexión

Hay algo muy profundo que sucede cuando el corazón humano se acerca a Dios por conveniencia, y no por rendición. Muchas veces se predica un mensaje atractivo, lleno de promesas, que habla de restauración, de sanidad, de bendiciones… y sí, claro que Dios puede hacer todo eso. Pero el problema no es lo que Dios puede hacer. El problema es lo que el ser humano está buscando.

Si el alma se acerca a lo divino esperando recibir beneficios —como quien entra a una tienda buscando el mejor producto— entonces se está acercando con las motivaciones equivocadas. Porque hay una gran diferencia entre amar a Dios por lo que es, y acercarse a Él por lo que da.

La fe verdadera no florece en un terreno de intereses personales. La fe real nace cuando uno reconoce su necesidad de Dios más allá de los resultados. Cuando uno entiende que seguirle implica morir a uno mismo, no solo recibir favores.

Y eso tiene un precio. Un precio que muchos no están dispuestos a pagar. Porque mientras todo marcha bien, mientras llegan los milagros y las respuestas, las multitudes se mantienen. Pero cuando se revela la cruz, cuando se dice que seguir a Dios implica cargar con ella, entonces el número se reduce. Porque no todos quieren amar a Dios si eso significa dejarlo todo.

El verdadero llamado no es a recibir, es a rendirse. Y cuando uno se entrega por completo, entonces sí, lo demás puede venir. Pero no como el centro, sino como la añadidura de una vida completamente entregada.

Lo más triste es ver cómo algunos han convertido el mensaje en una oferta de supermercado espiritual. Pero el Reino de Dios no es eso. Es un llamado a morir para vivir. A perder para ganar. A entregarlo todo no por obligación, sino por amor.

Y ese tipo de mensaje, cuando se predica con verdad, puede que no llene estadios… pero llena el cielo.

El verdadero Evangelio no llama a buscar los regalos de Dios, sino a rendirse por completo a Él, aunque eso cueste la vida.

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