domingo, 12 de octubre de 2025

¿De dónde vino Dios?

¿De dónde vino Dios?

¿De dónde vino Dios? — El error de la pregunta y la grandeza del Creador

Cuando alguien pregunta: “¿De dónde vino Dios?”, esa pregunta ya parte de un error de base. No es una pregunta inocente, sino una que revela una confusión fundamental sobre la naturaleza de Dios. Porque al preguntar “¿de dónde?”, estamos aplicando a Dios las categorías de tiempo, espacio y materia, pero el Dios de la Biblia no está dentro de esas categorías: Él las creó.

La Escritura comienza con una afirmación que responde a más de mil preguntas filosóficas y científicas en solo diez palabras:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”
(Génesis 1:1)

Aquí tenemos el principio del tiempo: “en el principio”.
Tenemos el espacio: “los cielos”.
Y tenemos la materia: “la tierra.”

En una sola frase, la Biblia presenta la creación del continuo tiempo-espacio-materia. Los tres elementos aparecen de forma simultánea, porque no pueden existir el uno sin el otro.

  • Si existiera la materia pero no el espacio, ¿dónde la colocarías?
  • Si existieran materia y espacio pero no el tiempo, ¿cuándo ocurriría su existencia?

Por lo tanto, Dios creó tiempo, espacio y materia al mismo instante, lo que demuestra Su trascendencia absoluta. Él está fuera del tiempo, por encima del espacio y no depende de la materia.
Esto significa que Dios no puede tener un “origen”, porque el “origen” es un concepto que pertenece al tiempo, y Dios existe antes del tiempo.


El Dios eterno y autosuficiente

La Biblia afirma claramente la eternidad de Dios:

“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.”
(Salmo 90:2)

Dios no llegó a ser, Él es. No tuvo un principio, porque Él es el principio de todo lo que existe. Moisés lo entendió al preguntar Su nombre, y Dios respondió:

“YO SOY EL QUE SOY.”
(Éxodo 3:14)

Ese nombre, “Yo Soy”, expresa una existencia eterna, independiente y autosuficiente. Dios no depende de nada ni de nadie para existir. Él es el Ser necesario, mientras que todo lo demás es ser contingente, es decir, dependiente de Él.

El apóstol Pablo lo explica así:

“Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos.”
(Hechos 17:28)

Toda la creación depende de Su voluntad, pero Él no depende de la creación. Él no está limitado por las leyes naturales, porque Él las estableció. Por eso, cuando alguien pregunta “¿quién creó a Dios?”, no entiende que Dios no es un ser creado. Él es el Creador no creado, la causa primera de todas las cosas.


El universo: una trinidad de trinidades

Cuando Dios creó el universo, lo hizo reflejando su propio carácter trinitario. En Génesis 1:1 vemos lo que algunos teólogos llaman una “trinidad de trinidades”:

  • Tiempo: pasado, presente y futuro.
  • Espacio: longitud, anchura y altura.
  • Materia: sólido, líquido y gas.

Tres aspectos, cada uno compuesto de tres partes inseparables. Y todo esto fue creado simultáneamente, de manera perfecta, por un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Esta armonía matemática y lógica en la creación muestra el sello divino de la Trinidad en todo lo creado.

Dios, por tanto, está fuera del tiempo, presente en todo lugar y sostiene todo por Su poder.
El apóstol Pablo dice:

“Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten.”
(Colosenses 1:17)

Dios no es parte del universo, Él es la fuente del universo.
No está atrapado dentro del espacio, porque Él lo llena todo.
No envejece con el tiempo, porque Él lo gobierna.


La limitación de la razón humana

Muchos piensan que, si no pueden entender algo, entonces ese algo no puede ser real. Pero el Dios de la Biblia trasciende el entendimiento humano.
Isaías 55:8–9 declara:

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.”

Intentar meter a Dios en las categorías limitadas de nuestra mente finita es como querer meter el océano en un vaso de agua. Si pudiéramos comprender plenamente a Dios, dejaría de ser Dios.
El salmista lo expresa con humildad:

“Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.”
(Salmo 139:6)

La pregunta “¿de dónde vino Dios?” presupone que Dios tiene un origen y que está sujeto al tiempo, pero eso sería un dios inventado por el hombre, un dios pequeño, limitado, que cabe en la mente humana.
El verdadero Dios es infinito, eterno y omnipotente.


El argumento moral y racional

Y si negamos a ese Dios eterno, ¿qué nos queda?
Si, como muchos dicen, el universo y la vida son el resultado de una casualidad química, ¿cómo podemos confiar siquiera en nuestra razón?

Si tu cerebro es solo una combinación accidental de moléculas sin propósito, entonces tus pensamientos no son más que reacciones químicas sin sentido.
Entonces, ¿por qué confiar en ellos para afirmar cualquier verdad?
Sin Dios, la lógica, la moral y la verdad pierden su fundamento.

El apóstol Pablo dice en Romanos 1:21–22:

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
Profesando ser sabios, se hicieron necios.”

Por eso, negar a Dios no es un acto de sabiduría, sino de ceguera espiritual. El Dios de la Biblia no necesita haber sido creado, porque Él es el Creador eterno, y sin Él nada de lo que existe podría existir.


Conclusión: El Dios que está más allá y más cerca que nadie

El Dios de las Escrituras no solo está fuera del tiempo, el espacio y la materia; también decidió entrar en ellos por amor a nosotros.
En Jesucristo, el Eterno se hizo temporal, el Infinito tomó forma finita, el Creador se hizo criatura.

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros.”
(Juan 1:14)

El mismo que creó el tiempo entró en el tiempo para redimir a los que estaban perdidos.
El mismo que sostiene el universo se humilló hasta la cruz.
El mismo que no puede ser contenido por los cielos habita ahora en el corazón de los que creen en Él.

Así que, cuando alguien pregunte: “¿De dónde vino Dios?”, puedes responder con convicción y reverencia:
Dios no vino de ningún lado. Él es el origen de todo.
Él no fue creado, Él es el Creador.
Él no comenzó a existir, Él es el principio y el fin, el Alfa y la Omega.

Y ese Dios eterno nos amó tanto que vino a buscarnos en Cristo Jesús.

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”
(Apocalipsis 1:8)

Ese es el Dios que adoramos, eterno, infinito y digno de toda alabanza.

domingo, 5 de octubre de 2025

Servir a Dios con el corazón

Servir a Dios con el corazón — Romanos 1:9

Servir a Dios con el corazón: el secreto del verdadero ministerio

“Dios, a quien sirvo de corazón predicando el evangelio de su Hijo, me es testigo de que los recuerdo a ustedes sin cesar.”

Cuando uno lee las cartas de Pablo, percibe algo más que doctrina. Percibe el latido de un corazón que ama a Dios y ama a las personas. Romanos 1:9 no es solo una frase piadosa; es una ventana abierta al alma de un hombre que vivía con un solo propósito: servir a Dios desde lo más profundo de su ser.

Vivimos tiempos donde el servicio cristiano muchas veces se mide por resultados visibles, seguidores o reconocimiento. Pero Pablo nos recuerda que el verdadero servicio no se hace desde el escenario, sino desde el altar interior del corazón. Por eso, quiero hablarte de lo que significa servir a Dios de corazón, porque cuando el corazón se convierte en altar, toda la vida se transforma en adoración.

I. “Dios, a quien sirvo de corazón” — El servicio como adoración

Pablo usa una palabra poderosa: latreuō. Ese término, en el griego original, no describe un trabajo o una tarea, sino el servicio sacerdotal, el culto ofrecido a Dios en el templo. En otras palabras, Pablo está diciendo: “Mi ministerio es mi culto. Predicar el Evangelio es mi adoración.”

No se trata solo de hacer cosas para Dios, sino de ofrecerle la vida misma como sacrificio vivo (Romanos 12:1). El verdadero siervo no trabaja para ganar mérito; trabaja porque su corazón está ardiendo de gratitud.

Pablo no está sirviendo desde la carne, sino “en su espíritu” —es decir, desde el hombre interior, donde el Espíritu Santo habita y transforma. Y eso nos confronta: ¿desde dónde estamos sirviendo? ¿Desde la emoción? ¿Desde la costumbre? ¿Desde la obligación? ¿O desde un corazón enamorado de Cristo?

Cuando el corazón es el altar, no hay cansancio que te detenga, ni crítica que te hiera, ni aplauso que te eleve. El corazón que sirve de verdad no busca posición, busca presencia.

II. “Predicando el evangelio de su Hijo” — El centro del servicio

Pablo añade: “sirvo… en el evangelio de su Hijo.” No servía en sus propias ideas, ni en una organización, ni en un programa. Servía en el Evangelio de Jesucristo, el mensaje del Hijo, el corazón mismo de Dios revelado a los hombres.

Eso significa que todo lo que Pablo hacía giraba alrededor de Cristo. El Evangelio no era su tema; era su vida. El Evangelio no era un contenido; era su identidad.

Predicar el Evangelio del Hijo es más que transmitir doctrina. Es mostrar con nuestra vida que el Hijo vive en nosotros. Cada vez que Pablo abría la boca, el cielo tenía eco en la tierra.

Hoy la Iglesia necesita volver a ese centro. No a una agenda humana, sino a un Cristo vivo y resucitado. Porque no hay Evangelio verdadero si no está lleno del Hijo. Y no hay servicio genuino si no fluye del amor al Hijo.

III. “Dios me es testigo… los recuerdo sin cesar” — El amor pastoral

Pablo termina el versículo con una afirmación íntima: “Dios me es testigo de que los recuerdo a ustedes sin cesar.” Aquí se revela el corazón de un pastor verdadero. Pablo no conocía aún a los creyentes de Roma, pero los llevaba en oración constante. Su ministerio no era mecánico, era relacional. No era institucional, era espiritual. Servía a Dios amando a las personas.

No hay servicio genuino a Dios que no se traduzca en amor por las almas. Quien dice servir al Señor y no ora por su pueblo, no sirve realmente: trabaja, pero no ministra. El que ama a Dios intercede por los hombres. El que sirve a Cristo recuerda a sus hermanos “sin cesar.”

Pablo podía invocar a Dios como testigo porque su vida era transparente delante del cielo. Y eso es lo que distingue a un siervo maduro: puede apelar a Dios como testigo de su integridad. No necesita defenderse; su comunión con el Padre lo respalda.

  • Sirve con sinceridad: No busques reconocimiento, busca agradar al Señor. Él ve el corazón (1 Samuel 16:7).
  • Sirve en el Evangelio, no en tu ego: Todo lo que no tiene a Cristo en el centro es ruido, no ministerio.
  • Ora por aquellos a quienes sirves: Tu ministerio no será más efectivo por tener más recursos, sino por tener más rodillas dobladas.

El servicio verdadero no comienza en el púlpito, sino en el altar invisible del corazón. El mundo puede ver tus obras, pero solo Dios puede ver tu espíritu sirviendo. Y Él busca eso: siervos que le sirvan de corazón.

Pablo no escribió Romanos 1:9 para impresionar, sino para confesar una realidad: su vida entera era adoración. Predicar el Evangelio del Hijo era su manera de amar a Dios, y orar sin cesar era su manera de amar a las personas.

Que el Señor encuentre en nosotros siervos que sirvan en el espíritu, que prediquen el Evangelio de su Hijo, y que recuerden sin cesar a los hermanos. Porque el corazón que sirve a Dios de verdad, nunca se apaga; arde con el fuego del Espíritu Santo.

Versículos de apoyo: Juan 4:23; Romanos 12:1; 1 Tesalonicenses 1:2; Filipenses 1:3–5.

Menos ruido, más rendición

Menos ruido, más rendición

“Menos ruido, más rendición”

“Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.” — Mateo 15:8


Vivimos en tiempos donde abundan las voces, las opiniones, los debates y los juicios dentro y fuera de la iglesia. Muchos hablan en nombre de Dios, pero pocos viven rendidos a Él. Jesús no nos llamó a ser un ruido más entre las multitudes, sino una luz que brille en medio de la oscuridad. No necesitamos más cristianos ruidosos; necesitamos más cristianos transformados.

1. El peligro del cristianismo sin rendición

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos." — Mateo 7:21–23

No basta con pronunciar el nombre de Cristo, ni con parecer piadoso. Hay quienes hacen “ruido espiritual”, pero sus corazones permanecen cerrados a la obediencia. Dios no busca emoción vacía, busca entrega real.

Un cristiano ruidoso puede conocer versículos, cantar, debatir o publicar mensajes religiosos, pero si su corazón no se humilla ante el Señor, está construyendo sobre arena. (ver también Mateo 7:26)

2. Más preocupación por nuestro arrepentimiento que por el ajeno

"¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ti la viga que está en tu propio ojo?... ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano." — Mateo 7:3–5

El creyente maduro no gasta su energía criticando a los demás, sino permitiendo que el Espíritu Santo lo corrija cada día. La santidad comienza en el corazón, no en la lengua. Mientras más consciente eres de tu necesidad de gracia, menos tiempo tendrás para juzgar a otros.

El verdadero arrepentimiento no es una emoción pasajera, es un cambio de dirección. Es reconocer que mi peor enemigo no es el mundo, sino mi propio corazón sin rendir.

3. Dios conoce el corazón… y por eso exige cambio

"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón..." — Jeremías 17:9–10

Dios no solo lo conoce, lo evalúa. Lo pesa. Y cuando encuentra orgullo, autojustificación o hipocresía, llama al arrepentimiento. Por eso David clamaba:

"Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí." — Salmo 51:10

El cristiano rendido no teme reconocer su debilidad, porque sabe que en su debilidad se perfecciona el poder de Cristo (ver 2 Corintios 12:9).

4. Lo que realmente transforma: la gracia y el amor de Cristo

"¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?" — Romanos 2:4

Ninguna transformación genuina ocurre por presión o por juicio, sino por la gracia que sana. El amor de Cristo no solo perdona; restaura, limpia y capacita. Cuando comprendemos esa gracia, dejamos de ser críticos y comenzamos a ser compasivos. Dejamos de hablar tanto, y empezamos a vivir lo que hablamos.

5. Un llamado a volver a la esencia del Evangelio

El Evangelio no necesita más defensores airados, sino más imitadores de Cristo. Jesús lavó pies, no reputaciones. Jesús sanó heridas, no egos. Jesús amó a los pecadores, pero nunca justificó el pecado.

"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús... se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo... y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." — Filipenses 2:5–8

Un cristiano rendido no busca tener razón, busca tener el corazón de Cristo.

El mundo no necesita más ruido religioso. Necesita el testimonio silencioso pero poderoso de vidas transformadas. Necesita hombres y mujeres que oren más de lo que opinan, que amen más de lo que juzgan, que sirvan más de lo que critican.

Porque el Evangelio no se demuestra con palabras fuertes, sino con corazones rendidos. Y cuando el corazón del creyente se rinde completamente, el mundo no escucha ruido… escucha a Cristo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

El costo de ser discípulo de Cristo

Cristo

¿Qué clase de Cristo queremos escuchar hoy?

Porque si somos honestos, muchos de nosotros ya tenemos un Jesús diseñado a la medida de nuestras expectativas. Queremos un Cristo que nos diga: “Sígueme y tendrás éxito, sígueme y nunca te faltará nada, sígueme y viajarás cómodo”. Pero el Cristo verdadero nunca predicó eso. El Cristo verdadero nunca negoció la cruz por la comodidad.

Cuando alguien vino a Él con una vida aparentemente impecable, con un currículum religioso impecable, con cuentas bancarias llenas, Jesús no le dijo: “Fantástico, ven a financiar mi ministerio”. Le dijo: “Una sola cosa te falta: suéltalo todo y sígueme”. Y ese hombre se fue triste, porque la riqueza estaba más clavada en su corazón que el deseo de Dios.

“Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.” — Mateo 6:21

Y aquel joven no podía mover su tesoro del bolsillo al cielo.

El costo del seguimiento

Otro se acercó, lleno de pasión, con frases heroicas: “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Y Cristo, que jamás maquilló la verdad, le respondió: “Las zorras tienen guaridas, las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza”. En otras palabras: “¿Me quieres seguir? Bien, pero entiéndelo: no te prometo estabilidad terrenal, te prometo eternidad. No te ofrezco lujo, te ofrezco cruz. ¿Estás dispuesto?” Y aquel también se fue.

“El Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza.” — Lucas 9:58

Otro vino con excusas más sutiles: “Déjame primero enterrar a mi padre”. No era un funeral. Era un negocio pendiente, una herencia que todavía no había llegado. Era decir: “Quiero seguirte, pero déjame arreglar mis prioridades primero. Después te entrego lo que sobra de mi vida”. Y Jesús le contestó con una frase tajante:

“Deja que los muertos entierren a sus muertos, y tú ve y anuncia el Reino de Dios.” — Lucas 9:60

¡Qué radical! Jesús no busca seguidores de calendario, que lo aman según la agenda. Él busca discípulos que digan: “Tú eres primero, todo lo demás después”.

Y otro más quiso organizar su propia despedida, su fiesta, su plan personal. Pero Jesús le respondió:

“Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios.” — Lucas 9:62

Porque el Reino no se sigue con un pie en la cruz y otro en la comodidad, con un ojo en el cielo y otro en el pasado. O todo o nada.

La radiografía del corazón

¿Se dan cuenta de algo? Uno tras otro se fueron entristecidos. Y eso es lo que hoy pasa también. Muchos entran en iglesias buscando un Cristo que dé coronas sin cruz, un Cristo que dé prosperidad sin sacrificio, un Cristo que dé gloria sin obediencia. Pero el Cristo verdadero no vino a cumplir caprichos, vino a salvar almas.

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.” — Lucas 9:23

Ese es el Evangelio que quiebra orgullos, que incomoda al ego, que rompe las cadenas del apego. Ese es el Cristo que nos hace libres, no el que simplemente nos entretiene.

Escucha bien:

  • El joven rico tenía religión, pero no tenía entrega.
  • El entusiasta tenía emoción, pero no tenía perseverancia.
  • El heredero tenía planes, pero no tenía prioridad.
  • El de la fiesta tenía intención, pero no tenía decisión.

Todos se fueron. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?

Porque si hoy Cristo entrara en este lugar y te mirara a los ojos, no vendría a negociar tus condiciones. Vendría a preguntarte:

“¿Me amas más que a todo lo demás? ¿Estás dispuesto a soltar lo que te ata para seguirme?”

El Reino no se sostiene con simpatizantes, se sostiene con discípulos. Y la diferencia no está en lo que dicen los labios, sino en lo que hace el corazón.

Así que hoy te dejo este reto: No pongas tu mirada en la corona sin la cruz. No pongas tu esperanza en un Evangelio de ofertas y promociones. Pon tu corazón en Aquel que te llama a morir para vivir, a perder para ganar, a renunciar para heredar lo eterno.

Porque al final, los que dijeron “sí” y lo dejaron todo, esos fueron los que transformaron el mundo. Y los que se fueron tristes, quedaron en el olvido.

La pregunta es: ¿en qué lista vas a quedar tú?

lunes, 8 de septiembre de 2025

La lucha moral

La lucha moral

La lucha moral y sus desafíos

1. El propósito de la lucha moral

La vida espiritual implica una lucha constante por crecer, madurar y vivir de acuerdo con valores elevados. Este proceso es necesario y positivo, pues permite que la persona sea transformada y purificada. Sin embargo, cuando esta lucha se convierte en el centro de la vida espiritual, puede perder su verdadero propósito. En lugar de acercar a la persona a Dios y fortalecer su confianza en Él, puede convertirse en una carga que consume energía y esperanza.

2. El peligro del legalismo

Cuando se pierde el equilibrio, la lucha puede degenerar en legalismo, es decir, en la creación y seguimiento estricto de normas humanas que se imponen tanto a uno mismo como a los demás.

  • Normas rígidas y restrictivas, centradas más en la apariencia que en la transformación interior.
  • Un ambiente de control y crítica, donde se juzga a otros por no cumplir con reglas externas.
  • Una fe basada en la obligación y el temor, en lugar de la libertad y la gracia.

Este enfoque convierte la vida espiritual en una lista de prohibiciones y deberes, perdiendo de vista la esencia de la fe, que es la relación con Dios y la transformación del corazón.

3. Pérdida de gozo y paz

La rigidez y el temor terminan por afectar profundamente la vida interior de la persona. Cuando la preocupación se centra solo en evitar fallos y mantenerse "puro", surgen efectos negativos:

  • Ansiedad y escrúpulos, viviendo con miedo constante de caer en pecado.
  • Desconfianza y falta de tranquilidad, incluso en situaciones donde no hay peligro real.
  • Pérdida del gozo, porque la vida espiritual deja de ser un camino de amor y esperanza y se convierte en una batalla agotadora.

Esta lucha incesante deja a la persona desanimada y la priva de experimentar la paz que debería provenir de su fe.

4. Una visión pesimista y sombría

Cuando la persona se enfoca únicamente en sus fracasos y debilidades, la lucha moral pierde su sentido y se convierte en un camino oscuro. Esto suele manifestarse de varias formas:

  • Pesimismo, creyendo que no es posible lograr un verdadero cambio interior.
  • Tristeza y apatía, fruto de una constante autocrítica y desilusión.
  • Expectativas muy bajas, donde la persona deja de creer que la transformación y la libertad del pecado son posibles.

En lugar de acercarse a Dios, la persona se encierra en su propia lucha y termina debilitando su fe.

5. Neurosis espiritual y deshonra a la obra divina

Aunque pueda parecer que este tipo de lucha es muy espiritual, en realidad distorsiona la verdadera obra de Dios.

  • Se convierte en una neurosis espiritual, donde la mente se llena de miedos y obsesiones en lugar de confianza.
  • Desfigura la imagen de Dios, viéndolo como un juez severo y no como un Padre amoroso.
  • En lugar de honrar a Dios, se termina deshonrando su obra, porque la fe se reduce a un esfuerzo humano que no refleja su gracia ni su poder transformador.

6. Factores que contribuyen a este problema

Estos estados de rigidez y temor no aparecen de forma repentina. Suelen ser el resultado de una combinación de factores, como:

  • Aspectos personales, como la timidez, la inseguridad o una baja autoestima.
  • Experiencias pasadas, especialmente una educación demasiado estricta o marcada por la culpa y el castigo.
  • Entornos comunitarios cerrados, donde se enfatizan las normas externas por encima de la gracia y la transformación interior.
  • Creencias erróneas sobre Dios, que presentan al Espíritu como un juez severo en lugar de como un consolador y guía.

Estos factores pueden reforzarse mutuamente, creando un círculo de miedo y rigidez.

7. La necesidad de un cambio profundo

Para salir de este ciclo, es necesario cambiar el enfoque de la vida espiritual:

  • La lucha moral no debe centrarse en la propia fuerza ni en normas externas, sino en la confianza en Dios y su gracia.
  • Es fundamental redescubrir el gozo y la libertad que provienen de una relación viva con Él.
  • La transformación verdadera ocurre de adentro hacia afuera, cuando el Espíritu obra en el corazón.
  • Vivir con esperanza, sabiendo que el cambio es posible por el poder divino y no por el propio esfuerzo.

Conclusión

La lucha moral es necesaria, pero no debe convertirse en una carga que robe la paz y la alegría. Cuando se entiende correctamente, esta lucha se convierte en un proceso de crecimiento guiado por Dios, donde la meta no es cumplir normas rígidas, sino experimentar una verdadera transformación interior.

Así, la persona puede caminar con confianza y libertad, sabiendo que su victoria no depende únicamente de su esfuerzo, sino de la obra de Dios en su vida.

sábado, 6 de septiembre de 2025

El día que Cristo vuelva… ¿qué dirán de ti?

El día que Cristo vuelva… ¿qué dirán de ti?

El día que Cristo vuelva… ¿qué dirán de ti?

Una proclamación apasionada, bíblica y evangelística

Introducción: El silencio que condena

Hermanos, yo no estoy aquí para entretener. Estoy aquí porque el Espíritu Santo arde en los huesos y debo hablar. Un día —escúchalo bien— Jesucristo volverá en gloria. No es un mito, no es un símbolo; es una certeza divina.

“Porque el Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16–17).

Tengo un temor santo: que en ese día, al ir a encontrarme con Cristo, alguien mire mi rostro y diga: “Compartimos la vida… ¿y nunca tuviste el valor de decirme que esto era real?”


1) La vergüenza que mata el testimonio

“El que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él cuando venga” (Marcos 8:38).

El silencio es vergüenza. La vergüenza delante de los hombres se convierte en vergüenza delante de Cristo. El problema no es ignorancia bíblica, sino falta de valor para abrir la boca. Callar cuando el Espíritu te impulsa a hablar es hipocresía espiritual.

2) El evangelio no es una opción, es poder

“No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).

Dýnamis: dinamita de Dios. El evangelio no es un consejito para vivir mejor, es la fuerza que rompe cadenas y abre la puerta a la vida eterna. ¿Cómo callar algo así?

Si ves a alguien caminando hacia un precipicio, no te quedas callado. ¡Cuánto más cuando se trata de la eternidad!

3) El día vendrá como ladrón

“Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche” (2 Pedro 3:10).

Repentino. Inesperado. Ineludible. No habrá excusas: “Señor, estaba ocupado… no quería incomodar…”. Lo único que importará será: ¿predicaste o callaste?

4) El Espíritu Santo nos impulsa a hablar

“Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos…” (Hechos 1:8).

La evidencia del Espíritu no son solo lenguas ni emociones; es valentía para testificar. Los discípulos temerosos se volvieron imparables cuando fueron llenos del Espíritu. Eso necesita esta generación: cristianos llenos del Espíritu que no negocien el mensaje.

5) Aplicación: ¿Qué dirán de ti?

  • Gracias – “Me hablaste, me incomodaste por amor, hoy estoy aquí por ese mensaje”.
  • Reclamo – “Nunca dijiste nada. Preferiste tu comodidad antes que mi eternidad”.

No se trata de imponer, sino de testificar. Jesús mandó:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

Conclusión: Cristo viene pronto

La trompeta sonará, el cielo se abrirá, el Rey descenderá. Y tú, ¿qué testimonio dejarás? ¿“Gracias por hablarme” o “¿por qué nunca me dijiste la verdad?”

“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).

¡Cristo viene pronto! La pregunta es: ¿qué dirán de ti ese día?

lunes, 18 de agosto de 2025

Sostenidos en el Fuego

Sostenidos en el Fuego

“El verdadero milagro no es escapar del fuego o del foso, sino ser sostenidos por la presencia de Dios en medio de ellos, porque más vale permanecer en Su voluntad en la prueba que vivir fuera de ella en aparente paz.”

Hay algo que solemos confundir muchas veces: creemos que el milagro siempre consiste en no pasar por el fuego, en no caer al foso, en no atravesar la enfermedad. Pero la Escritura nos muestra una realidad más profunda. El milagro verdadero no siempre es que Dios nos libre de entrar en la prueba, sino que, aun estando dentro de ella, Su presencia nos sostenga y Su poder nos guarde.

El profeta Isaías transmitió de parte de Dios esta promesa:

“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2)
. Fíjate que no dice “cuando evites las aguas” ni “cuando nunca entres en el fuego”, sino “cuando pases”. La Escritura no niega que atravesaremos dificultades; lo que asegura es que en medio de ellas no estaremos solos.

Así ocurrió con aquellos jóvenes hebreos frente al horno encendido. No negociaron su fidelidad, ni condicionaron su obediencia a la liberación. Dijeron con firmeza que su Dios tenía poder para librarlos, pero aun si no lo hacía, no se postrarían. Y Dios permitió que entraran al horno, porque el milagro no era evitar el fuego, sino caminar en medio de él acompañados de la presencia gloriosa del Señor. La llama no los consumió, porque el que guarda a su pueblo es fiel.

También Daniel fue arrojado al foso de los leones. Podría haberse pensado que el milagro consistía en que Dios evitara su caída. Pero el plan divino fue otro: permitir que descendiera al foso, y allí mostrar Su poder cerrando las fauces de los leones. Así lo proclamó el profeta:

“Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño” (Daniel 6:22)
. El milagro fue la preservación en medio de la amenaza, no la ausencia de ella.

Esto mismo lo vemos en el apóstol Pablo, quien clamó tres veces para que el aguijón en su carne le fuera quitado, y el Señor le respondió:

“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9)
. Pablo no fue librado de aquello que lo afligía, pero recibió algo mayor: la gracia sustentadora que le permitió continuar en la voluntad de Dios, glorificando a Cristo en medio de su debilidad.

Aquí comprendemos una verdad difícil de aceptar, pero gloriosa: no siempre el milagro es la sanidad inmediata, ni la provisión instantánea, ni el escape de la prueba. El milagro más grande es ser sostenidos por la mano de Dios, de tal forma que aquello que debía destruirnos se convierte en el escenario para ver Su fidelidad. Como dijo Job en medio de su dolor:

“Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15)
.

Querido hermano, querida hermana, quizá hoy esperas que Dios te saque del horno o que te libre de caer al foso. Tal vez oras por sanidad y no llega, o clamas por una respuesta que parece tardar. No pienses que Dios te ha abandonado. El fuego no es señal de ausencia, es escenario de gloria. El milagro más grande no es que no entres en la prueba, sino que entres y no seas destruido, porque Cristo camina contigo.

Por eso podemos decir con confianza, como el salmista:

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Salmo 23:4)
. Prefiero estar en el valle acompañado de Su presencia, que en la cima del monte pero lejos de Su voluntad. Prefiero caminar en el horno con Él, que estar fuera del horno pero sin Su gloria.

Ese es el verdadero milagro: Dios no siempre cambia nuestras circunstancias, pero en Cristo cambia nuestro corazón en medio de ellas. Y cuando Su gracia nos sostiene, entonces descubrimos que lo que parecía derrota se convierte en testimonio, y lo que parecía fuego destructor se transforma en altar de adoración.

sábado, 16 de agosto de 2025

David, la corona y Goliat

David, la corona y Goliat

David, la corona y Goliat

Lectura base: 1 Samuel 16–17.

1. Contexto bíblico

El relato de David y Goliat (1 Samuel 17) ocurre cuando Saúl, rey requerido por Israel (1 Samuel 8), ha fallado en obediencia. Dios unge a David como futuro rey (1 Samuel 16), pero la unción no se traduce en una corona inmediata. Antes del trono, Dios permite pruebas que forjan su carácter; la primera gran prueba pública es el enfrentamiento con Goliat.

2. Exégesis del pasaje

  • El gigante Goliat (1 Sam 17:4–10): no es solo una amenaza física; simboliza obstáculos espirituales y psicológicos que buscan paralizar al pueblo de Dios.
  • El temor de Israel (1 Sam 17:11, 24): incluso Saúl queda inmóvil; la desproporción del enemigo eclipsa la memoria de la fidelidad de Dios.
  • La fe de David (1 Sam 17:26, 37): David interpreta teológicamente el conflicto: el centro no es el tamaño de Goliat, sino el desafío contra el Dios viviente.
  • El arma de David (1 Sam 17:45–47): rehúsa la armadura de Saúl; su confianza está en el Señor. La victoria mostrará que “de Jehová es la batalla”.

3. Teología del llamado

Dios escogió a David para reinar, pero antes de darle el trono le presentó un gigante. No hubo corona inmediata, sino conflicto. La unción no exime la lucha: la clarifica. Goliat se convierte en la puerta hacia el propósito: al derrotarlo, David libera a Israel, gana reconocimiento (cf. 1 Sam 18:7) y queda posicionado para el camino real.

4. Aplicación teológica a nuestra vida

  • Los gigantes prueban el llamado: muchas veces Dios pone un “Goliat” delante, no para destruirnos, sino para entrenarnos en fe, dependencia y obediencia.
  • El gigante revela la confianza: Israel veía a Goliat “demasiado grande para vencer”; David lo veía “demasiado grande para fallar el golpe” porque miraba a Dios.
  • La victoria es del Señor (1 Sam 17:47): el avance hacia nuestro llamado no descansa en fuerzas humanas, sino en el poder y nombre de Dios.

5. Implicaciones espirituales

  • Esperar coronas sin enfrentar gigantes es una ilusión: Dios forma a sus siervos en batalla.
  • Cada Goliat es una oportunidad disfrazada: el obstáculo se vuelve escenario de la exaltación divina.
  • El testimonio nace en la lucha: David no fue reconocido por el arpa, sino por la victoria que glorificó a Dios.

6. Conclusión

Goliat no fue un accidente en el camino de David, sino parte del diseño soberano de Dios para prepararlo, probarlo y posicionarlo. En nuestra vida, los “gigantes” que se interponen entre el llamado y nosotros son la plataforma donde Dios revela su gloria y afirma nuestro destino en Cristo.

“Dios no puso una corona en la cabeza de David, sino un gigante en su camino, porque en el Reino las coronas no se reciben sin antes pasar por Goliat; los gigantes no son obstáculos al llamado, sino el escenario donde Dios revela Su poder, forja nuestro carácter y nos impulsa hacia el propósito eterno.”

Referencias: 1 Samuel 16–17; 1 Samuel 18:7.

miércoles, 13 de agosto de 2025

DIOS SE MANIFIESTA

Dios se manifiesta: soberanía y respuesta humana

La presencia de Dios: omnipresencia, manifestación y fe

El salmista declaró: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7). Dios está en todas partes; Su presencia llena el cielo y la tierra. Sin embargo, la Biblia distingue entre la omnipresencia de Dios y la manifestación de Su presencia. Una cosa es que Dios esté, y otra es que Él se revele con poder y comunión.

Por Su soberanía, Dios puede manifestarse donde y cuando quiera, aun sin que nadie lo invoque. Así lo hizo en la conversión de Saulo de Tarso en el camino a Damasco (Hechos 9), y en múltiples episodios donde interrumpió la historia humana para cumplir Su propósito. Sin embargo, Él mismo nos enseña que hay una manifestación especial reservada para quienes lo buscan.

“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” Jeremías 33:3

No es que Dios esté ausente, sino que ha decidido revelarse de manera íntima a quienes le dan lugar.

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” Apocalipsis 3:20

Él respeta la voluntad humana; no invade un corazón que lo rechaza. Por eso, cuando el mundo se llena de maldad y sufrimiento, no podemos culpar a Dios como si fuera indiferente. La pregunta es: ¿Le hemos abierto la puerta? Igual que no permitirías que un desconocido entre a tu casa sin tu consentimiento, Dios no forzará su entrada a un alma que lo ignora.

Este caminar es por fe.

“Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” Juan 20:29

Creer sin ver es más aventurado, pero también más glorioso. Yo no creo porque veo; veo porque he creído. Y en esa fe, el Dios que está en todas partes se hace cercano, y lo invisible se vuelve más real que lo visible.


Dios, que está en todas partes y se manifiesta donde quiere, ha prometido revelarse de manera especial a quienes le buscan con fe y le abren la puerta, porque en creer antes de ver es donde sus hijos aprenden a verlo en todo.

martes, 12 de agosto de 2025

LA FALSA LIBERTAD

La Falsa Libertad del Pecado y la Verdadera Libertad en Cristo

La Falsa Libertad del Pecado y la Verdadera Libertad en Cristo

"Se siente como libertad hasta que intentas parar" — predicación bíblica y práctica

“Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.”
Juan 8:34, 36

Introducción

Hay caminos que parecen de libertad, pero que en realidad son trampas cuidadosamente disfrazadas. El pecado se presenta como una fiesta sin fin, como una invitación a “vivir la vida” sin reglas ni límites. Se siente como libertad… hasta que intentas parar. Ahí descubres que no eras libre, sino prisionero. No estabas al mando, estabas siendo manipulado. No estabas disfrutando de una vida plena, estabas caminando hacia la destrucción.

Y esta es la razón:

  • El pecado te dejará bailar en medio de su música.
  • Te dejará reír mientras te enreda.
  • Incluso te dejará predicar mientras lo ocultas.

Pero en el instante en que intentas romper con él, te revela su verdadero rostro: control, adicción y esclavitud espiritual. Hoy veremos por qué sucede esto, cómo reconocerlo y cómo vencerlo con el poder de Cristo.

1. El pecado se disfraza de libertad

1.1 Una trampa desde el Edén

Desde Génesis 3, Satanás no ha cambiado de estrategia: ofrece “libertad” para decidir por ti mismo, pero omite el precio final.

“Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis…”
Génesis 3:4

1.2 Esclavitud que no parece esclavitud

Jesús dijo que quien hace pecado, es esclavo del pecado. Pero el problema es que esa esclavitud al principio se siente como placer:

  • Al inicio: emoción, novedad, adrenalina.
  • Después: dependencia, ataduras, culpa.

1.3 El consentimiento engañoso

El pecado no necesita cadenas de hierro para atarte. Basta con que tú mismo lo desees… y él alimentará ese deseo hasta convertirlo en dependencia.

2. El momento de la verdad: cuando intentas parar

2.1 Ahí se revela la prisión

Mientras estás cómodo en el pecado, el enemigo no se preocupa. Él sabe que te tiene donde quiere. Pero el día que decides decir “¡Basta!”, toda la maquinaria espiritual de opresión se levanta contra ti. ¿Por qué? Porque tu decisión amenaza con romper el control que él tiene sobre ti.

2.2 La resistencia espiritual es señal de que vas bien

“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo…”
Efesios 6:12

Cuando intentas dejar el pecado y sientes que la batalla se intensifica, eso no significa que vas mal… ¡significa que estás atacando las cadenas!

3. La guerra por la libertad

3.1 El pecado pelea para no soltarte

No es solo un hábito; es un territorio que el enemigo no quiere perder. Por eso dejarlo se siente como una guerra:

  • Tentaciones más fuertes.
  • Ataques emocionales.
  • Distracciones espirituales.

3.2 Jesús rompe cadenas de verdad

“El Espíritu del Señor está sobre mí… para proclamar libertad a los cautivos…”
Lucas 4:18

No hay cadena que Cristo no pueda romper. Pero no siempre la rompe sin que haya lucha. Él nos entrena en la batalla para que dependamos de Él.

4. La paga y la esperanza

4.1 El precio del pecado

“Porque la paga del pecado es muerte…”
Romanos 6:23

No hay pecado pequeño ni “controlado”. Todo pecado cobra su factura tarde o temprano.

4.2 La esperanza de la libertad verdadera

“…mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Romanos 6:23

Cristo no solo te libera del pecado, sino que te cambia el corazón para que ya no lo desees como antes.

En resumen...

Tal vez hoy estás en esa lucha: intentas dejar algo, pero parece que entre más lo intentas, más difícil se vuelve. Eso no es señal de fracaso; es señal de que estás enfrentando a tu enemigo cara a cara. No retrocedas. La libertad no se prueba cuando empiezas a pecar, se prueba cuando intentas parar.

Recuerda... Jesús está aquí para romper cadenas hoy. La batalla es dura, pero la victoria es segura para los que confían en Él.

“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Juan 8:32